¿Vive usted como un hijo de Dios?


Efesios 4:25-32

 “Por lo cual, desechando la mentira, hablad verdad cada uno con su prójimo; porque somos miembros los unos de los otros.  Airaos, pero no pequéis; no se ponga el sol sobre vuestro enojo, ni deis lugar al diablo.  El que hurtaba, no hurte más, sino trabaje, haciendo con sus manos lo que es bueno, para que tenga qué compartir con el que padece necesidad.  Ninguna palabra corrompida salga de vuestra boca, sino la que sea buena para la necesaria edificación, a fin de dar gracia a los oyentes.  Y no contristéis al Espíritu Santo de Dios, con el cual fuisteis sellados para el día de la redención.  Quítense de vosotros toda amargura, enojo, ira, gritería y maledicencia, y toda malicia.  Antes sed benignos unos con otros, misericordiosos, perdonándoos unos a otros, como Dios también os perdonó a vosotros en Cristo.”

 
CONCLUSIONES.

Un verdadero cristiano o hijo de Dios ya no debe infringir estos mandamientos y si infringe alguno de ellos, entonces aun carga con el viejo hombre a cuestas, lo que significa que no ha nacido de nuevo y en cuanto a esto la palabra de Dios nos dice: “Respondió Jesús y le dijo: De cierto, de cierto te digo, que el que no naciere de nuevo, no puede ver el reino de Dios.”  Juan 3:3.

1.  Hable siempre la verdad.

El mandato es que hablemos siempre la verdad con nuestro prójimo, que son todas las personas que hay a nuestro alrededor y más aún cuando creemos ser cristianos, pues somos todos miembros del cuerpo de Cristo y en el cuerpo de Cristo no puede morar la mentira.  Ni aún en charla, ni en reunión de amigos, se debe decir mentiras.  Y si decir la verdad duele más o causa más problemas que decir la mentira, entonces con mayor razón hay que decir la verdad; de esta forma librará su alma del infierno.  Como reza el dicho: “Es mejor ponerse colorado por un momento que sufrir las consecuencias”.  Es mejor llegar al cielo si muere por decir la verdad, que llegar al infierno por decir mentiras.

2.  Airaos, pero no pequéis.

La idea es procurar que esta ira o enojo no progrese, de tal forma que no se ponga el sol sobre nuestro enojo; es decir que no llegue la noche y aún estemos airados, ni que demos lugar al diablo.  El diablo siempre ha querido destruirnos y en un momento de estos aprovechará para meternos mensajes subliminales como estos: “Dale su merecido, enséñale quien manda, etc.”.  Hay muchas situaciones que desbordan nuestros límites de paciencia y es allí donde podemos precipitar nuestras acciones por caminos desconocidos.  En medio de una ira podemos atentar contra otra persona con palabras hirientes o palabras humillantes y despectivas.  También podemos agredir físicamente a otra persona y esto por supuesto se convierte en pecado, que va en contra del segundo gran mandamiento; todo por no tomar control de nuestra ira.  Por eso es mejor seguir uno de los consejos populares que dice que hay que respirar profundamente y contar hasta 10 antes de responder a nuestro agresor, quien sencillamente pudo usar palabras inadecuadas para hacernos un reclamo y que finalmente consiguió lo que no esperaba y esto fue encolerizarnos.  Si somos cristianos, entonces debemos encomendar dicha situación a Dios y esperar que Él tome el control de nuestras reacciones, no poniéndonos en lugar de Dios, sino esperar que Él actúe.

3.  No hurte.

No robe, sea poquito o bastante, tampoco robe porque el dueño es rico y le sobra la “plata”.  Recuerde que nacimos sin nada y nos iremos de este mundo sin nada; ¿entonces para qué quitarle las pertenecías a otro?  Pero cuidado, que tan solo quedarse con una devuelta, o quedarse con un lapicero ajeno, o prestar pensando en no pagar, o prestar sabiendo que no tiene capacidad para pagar, o desperdiciar el tiempo que le paga su empresa; todo esto se constituye en hurto.  Y si hablamos de hijos de Dios, el hecho de no pagar los diezmos se constituye en robo a Dios y por esto es que muchas personas andan en ruina económica aquí en la tierra y también muchos millones de almas se encuentran en el infierno por esta causa.  Dirán algunos cristianos: Es que el diezmo se dio en el periodo de la ley; pero les tengo malas noticias, pues Abraham y Jacob diezmaban en el periodo de la promesa (antes de la ley) y Jesucristo también habló del diezmo en el periodo de la gracia (luego de la ley).

4.  Trabaje y produzca para que tenga qué compartir.

Dio nos manda a que hagamos con nuestras manos lo que es bueno, para que tengamos bienes que compartir con los que tienen necesidad.  Quizás los que lean esta reflexión no sean perezosos; pero de esto hay mucho en este mundo.  Existen personas que les gusta ganarse la vida fácil; con poco trabajo, con poco estudio, pero exigiendo buenos ingresos.  Y los hay de aquellos que quieren vivir a costillas de los demás, como sanguijuelas.  Entonces el mandato es que trabaje y produzca para que tenga con qué ayudar a su prójimo, no para que haga riquezas aquí en la tierra, sino para que haga tesoros en el reino de los cielos.

5.  Ninguna palabra corrompida salga de su boca.

Hasta en charlas o en las conversaciones comunes se escuchan palabras corrompidas; quien las usa seguramente no va a ganar nada en su relación laboral o en su relación con los amigos; pero de algo si debe estar seguro: Que Dios está escuchando y que a Él le desagrada ese vocabulario.  Usemos un vocabulario que sea bueno para la necesaria edificación de nuestros oyentes, a fin de que ellos se sientan a gusto y se agraden de nuestra conversación.

6.  No entristezca al Espíritu Santo.

Si es un cristiano que después de su conversión siguió en sus vicios y pecados, entonces está contristando al Espíritu Santo y este terminará abandonando su templo (su cuerpo físico), debido a que Él es santo y no puede estar en medio del pecado.  Con este Espíritu Santo fuimos sellados para el día de la redención; pero una vez se retire de nosotros, entonces perderemos su presencia y también perderemos ese sello, lo que indica que también seremos borrados del libro de la vida, el cual está en el reino de los cielos.  Para el caso de las personas comunes (el hombre natural), ellos nunca han tenido el Espíritu Santo de Dios en su corazón; pero lo están entristeciendo, porque su anhelo es poder habitar en nuestros corazones y asegurarnos la vida eterna.

7.  Deseche toda amargura, gritería, maledicencia y toda malicia.

Si partimos del hecho de que Dios está a nuestro lado ayudándonos, entonces de nada sirve abrigar la amargura, máximo cuando hay un mandamiento que dice: “Y asimismo gozaos y regocijaos también vosotros conmigo.” Filipenses 2:18. Dios también nos manda a hablar con respeto, pues cuando se grita estamos irrespetando y maltratando verbalmente a la otra persona. Y si somos verdaderos hijos de Dios, entonces cada que nos suceda algo desagradable, lo que debemos hacer es bendecir a Dios, en vez de maldecir personas o cosas, pues debemos saber que Dios tiene el control total de todo y que aún en las peores circunstancias está manifiesta la voluntad permisiva de Dios.  En cuanto a la malicia, esto es buscarles un segundo sentido a las cosas; es decir, así como hay personas que pueden tener una doble cara, también hay conversaciones con doble sentido y esto se convierte en malicia la cual está gobernada por la carne con sus pasiones y deseos.


EN VEZ DE INFRINGIR ALGUNOS DE ESTOS MANDAMIENTOS, EL CRISTIANO DEBE TENER ESTAS CUALIDADES:

1.  Ser benignos unos con otros.

Hacer el mal es fácil; pues este mundo está gobernado por las tinieblas y estas tienen ejércitos de demonios desplegados, tratando de persuadir a las personas para hacer el mal.  Si alguien odia, no es porque en su psiquis haya una inclinación al odio, no es porque tenga desórdenes mentales, no es porque tuvo una dolorosa infancia; sino porque su corazón está gobernado por uno o varios demonios que lo incitan a odiar.  El que odia a su hermano es homicida, así lo dice la Biblia; pero para este problema vino Jesucristo, pues si acudimos a Él, Él nos limpiará y perdonará.  Entonces Dios nos manda a hacer el bien unos con otros.

2.  Ser misericordiosos.

Debido a la avaricia del hombre, la misericordia ha pasado a un segundo plano.  De pronto ante escenas terribles o catastróficas algunas personas sacan el resto de misericordia que aún les queda en su conciencia; sin embargo, cuando todo está funcionando dentro de los parámetros normales, entonces ignoramos a los que están sufriendo.  Dios a través de su palabra nos manda a ayudar primeramente a los de la familia en la fe, luego a las personas del mundo (hombres naturales).  Hacer misericordia, es servirle a Dios y al prójimo con nuestros bienes, lo que se traduce en “hacer tesoros en el cielo”.

3.  Ser perdonadores, así como Cristo nos perdonó.

Dios manda a perdonar setenta veces siete; esto quiere decir que debemos perdonar hasta en cuatrocientas noventa veces.  Pero si a nosotros nos es difícil perdonar una vez, ¿Cómo será llegar hasta este número?  Cristo perdonó nuestros pecados y nos hizo partícipes de las riquezas celestiales, cuya mayor riqueza es la salvación de nuestras almas.  Él lo hizo gratis para nosotros, por lo cual nosotros en agradecimiento también tenemos que perdonar a otros sus ofensas en contra nuestra.

Que Dios los bendiga grande y abundantemente.

 

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