¿Cuán cerca está su corazón de Dios?
Isaías 29:13-14.
A medida que una generación se va
degradando, en la misma proporción esta se va alejando de Dios. Al hombre, históricamente le ha gustado más
el pecado que la justicia y es por eso que no quiere estar cerca de Dios, para
que sus obras no sean puestas al descubierto; de la misma forma que la mayor
parte de los pecados “carnales” se cometen en la oscuridad, para que no sean
vistos de nadie y mucho menos de Dios, como dicen algunos. “Porque todo aquel que hace lo malo,
aborrece la luz y no viene a la luz, para que sus obras no sean reprendidas.
Mas el que practica la verdad viene a la luz, para que sea manifiesto que sus
obras son hechas en Dios.” Juan 3:20-21.
De no ser por los obstáculos que Dios pone en el camino, como esta
pandemia, el hombre seguiría sin control hasta llegar al abismo profundo de la
perdición, donde su alma estaría confinada por siempre en un lugar de
castigo. La parte buena de esta crisis
es la oportunidad que Dios nos da para recapacitar, para reflexionar y ver qué
estamos haciendo malo y desagradable delante de su presencia y de esta forma
corregir nuestros caminos. Muchas
personas se arrepienten de sus malos caminos y llegan humillados delante de
Dios y de verdad hacen un cambio de rumbo en sus vidas, vidas que antes iban a
la perdición, hoy ya van hacia la salvación.
No obstante, a pesar de que muchas personas se arrepienten, no todas ellas lo hacen de corazón. Se hacen un compromiso consigo mismas de abandonar su alocada carrera por el mundo y de empezar a buscar de Dios y de su Palabra; sin embargo todo queda en promesas. Muchos prometen arrepentirse, pero a la final no sucede nada y siguen en sus malos caminos; muchos prometen buscar de Dios, pero siguen tras los ídolos y los supuestos “santos” que ya están muertos; muchos prometen obedecer a Dios, pero siguen obedeciendo al mundo y a las tinieblas; muchos desean cambiar, pero su amor por el mundo y sus deseos, es mayor que la voluntad de volverse hacia Dios. Otros sencillamente pensaron que solo era cuestión de decir SI o NO y que con eso bastaba; pero cuando vieron que los requerimientos de Dios iban más allá, entonces desistieron de su deseo superficial.
Por eso dice Dios: “Este pueblo se acerca a mi con su boca y me honra
con sus labios, pero su corazón está lejos de mi”. Las personas normalmente se arrodillan, oran,
leen la palabra y hasta van a la iglesia, pero cuando se trata de obedecer la
palabra de Dios, entonces hasta ahí les llegó el compromiso a muchos; mejor
prefieren seguir siendo unos cristianos superficiales o bien llamados
religiosos, unos cristianos hechos a la medida de los deseos de su carne o unos
cristianos hechos a la medida de lo que demanda su denominación. Hay cristianos que oran, claman, interceden
y hasta derraman lágrimas; pero para ellos muchos de los mandamientos de Dios, lo
dicen sin remordimiento, son solo mandamientos de hombres. Pero es necesario recordar que para entrar al
reino de Dios, hay que obedecer la palabra de Dios: “No todo el que me dice: Señor, Señor,
entrará en el reino de los cielos, sino el que hace la voluntad de mi Padre que
está en los cielos.”. Mateo 7:21.
¿Entonces, su corazón sigue distante de Dios o se ha acercado lo
suficiente para ser tenido como digno de ser un verdadero hijo de Dios?
Muchos siguen aferrados a sus tradiciones y rituales y aunque estén
viviendo en pecado, de allí no se quieren soltar; pues su religión les ha
enseñado a mantenerse aferrados a los mandamientos de los hombres y les ha
inculcado que no necesitan complicarse leyendo la biblia, porque esto “los
puede enloquecer”, para que finalmente no descubran la verdad y sigan en su
loco camino hacia el infierno. Estas
personas le temen más a criticar y desenmascarar a su religión, que lo que
realmente le temen a Dios; es decir, que le tienen más miedo a una posible
“excomulgación” de su religión, que al castigo eterno en el infierno. Pero, ¿Por qué sucede esto? Porque detrás de una falsa doctrina, hay
infinidad de demonios atando con cadenas a sus seguidores para que estos no
descubran la verdad y finalmente sus almas se pierdan. El único temor a Dios
que le han infundido al hombre algunas religiones, es cuando pasan por el
frente del tempo, temor que los obliga a santiguarse tantas veces como sea
posible, pensando que con esto se van a librar de la ira venidera. También creen que van a estar en paz con Dios
si al menos llegan hasta las puertas de la iglesia el día domingo y si se
quitan el sombrero, entonces experimentan una sensación de cercanía con Dios;
pero no es así, se necesita de obediencia para agradar a Dios y estar cerca de
Él.
Por eso dice Dios a través del profeta:
“por tanto, he aquí que nuevamente excitaré yo la admiración
de este pueblo con un prodigio grande y espantoso”. ¿Qué habrá más grande y espantoso que una
pandemia, que hace que teman ricos y pobres, nobles y siervos, sabios y
analfabetas y que hace resguardar en sus casas hasta presidentes, monarcas y
hombres famosos? Seguramente Dios acude
a este tipo de juicios para ver si la humanidad se arrepiente de verdad y
cambian el rumbo de sus vidas; pues el deseo de Dios es que todo el mundo se
salve y para esto tienen que llegar al arrepentimiento verdadero; no a un
arrepentimiento de labios, pues así hacen los hipócritas delante de Dios.
Finalmente dice el texto: “porque perecerá
la sabiduría de sus sabios, y se desvanecerá la inteligencia de sus entendidos”,
porque ante un virus como estos no hay medicina, ni vacuna y hasta los propios
médicos tienen que exclamar “lastimosamente no tenemos una solución, solo Dios
podrá ayudarnos”. Ante un evento como
estos no hay sabiduría ni inteligencia humana que pueda cortar el mal de
inmediato y tendrán que pasar varios meses, en los cuales muchos científicos
estén trabajando para encontrar una solución; pero la solución no viene por el
esfuerzo humano, sino por la voluntad de Dios; pues el juicio viene de Dios y Él
ya tiene programado el tiempo en que será quitado.
Que Dios los bendiga grande y abundantemente.
Estimado amigo, si deseas hoy entregar tu vida a Jesucristo
haz esta sencilla oración en voz alta: “Señor Jesús, reconozco que soy
pecador y me acerco a ti arrepentido, para que me perdones y me laves con tu
sangre derramada en la cruz del calvario. Yo te acepto hoy como el Señor
y Salvador de mi vida y te pido que entres en mi corazón y me transformes, me
purifiques y me santifiques, porque quiero ser el templo de tu Santo
Espíritu. A partir de hoy me comprometo a no practicar más el pecado, a
leer tu Palabra, a meditar en ella y sobre todo a obedecerla, para que yo pueda
estar en el reino de los cielos por una eternidad. Amen”