Resucita antes de morir.
Colosenses 2:11-12
“En él también fuisteis circuncidados con circuncisión no hecha a
mano, al echar de vosotros el cuerpo pecaminoso carnal, en la circuncisión de Cristo; sepultados
con él en el bautismo, en el cual fuisteis también resucitados con él, mediante la fe en el poder de Dios que le levantó de los
muertos.”
CONCLUSIONES.
Ser cristiano es tener a Cristo en el corazón, que es el
resultado de haber muerto al pecado y haber nacido nuevamente de Cristo; de ahí
se deriva la palabra “cristiano”.
Ser cristiano no es pertenecer al género humano, no es pertenecer a una
religión, no es ser devoto de uno de los santos exaltados por el mismo hombre,
no es ser devoto de una de las tantas vírgenes que dicen existir; ser cristiano
verdadero es tener al Espíritu Santo de Dios sentado en el trono de nuestro
corazón y que desde allí esté gobernando toda nuestra vida. En el corazón del hombre solo puede reinar
una de dos cosas: El bien o el mal. Si
su corazón está produciendo los frutos del bien, entonces está reinando el
Espíritu Santo, pero si en su corazón está el mal, entonces está reinando uno o
varios demonios, junto al ego de la persona.
Para que reine el Espíritu Santo de Dios en su corazón es
necesario un nuevo nacimiento: “Respondió Jesús y
le dijo: De cierto, de cierto te digo, que el que no naciere de nuevo, no puede
ver el reino de Dios.” Juan 3:3. Este nuevo nacimiento
significa dejar nuestra vida pecaminosa y convertirnos a Cristo de todo
corazón. El hecho de recibir a Cristo en
nuestro corazón hace que las tinieblas que estaban morando en dicho lugar,
tengan que huir para dar paso al reinado de Cristo. Esto que dice el texto “al echar de
vosotros el cuerpo pecaminoso carnal”, se denomina la circuncisión de
Cristo; es decir, quitar lo que estorba nuestra comunión con Dios, a través de
su poder. Ya Cristo en posesión de
nuestro cuerpo y alma, los lava, los santifica y los hace su morada permanente; esto
mientras el hombre mantenga su promesa de vivir alejado del pecado y en
obediencia y santidad a la palabra de Dios: “¿O ignoráis que vuestro cuerpo
es templo del Espíritu Santo, el cual está en vosotros, el
cual tenéis de Dios, y que no sois vuestros?” 1 Corintios
6:19. Este proceso debe suceder mientras
estemos morando físicamente en la tierra, pues una vez muerto nuestro cuerpo,
el camino que tome nuestra alma es irreversible; pues si va al cielo o al
infierno es para siempre y entrar al cielo depende de que hayamos nacido de
nuevo aquí en el mundo material; es decir, esto solo depende de que hayamos
RESUCITADO ANTES DE MORIR.
Ya en nuestro estado de cristianos verdaderos y en
cumplimiento de la palabra de Dios, entonces debemos ser bautizados en agua y
este bautismo representa dos hechos trascendentales en la vida del cristiano: “Ser
sepultados con Cristo” y también “ser resucitados con Cristo”.
Cuando Cristo fue crucificado y sepultado, Él cargó a cuestas con todo el
pecado de la humanidad; así mismo al nosotros ser sepultados, estamos también
sepultando nuestro historial pecaminoso con toda su carga de culpas, esto es lo
que se llama la circuncisión espiritual, la circuncisión de Cristo. Y al resucitar con Él, entonces, así como
Cristo resucitó con un cuerpo glorioso, también nosotros resucitamos con un
cuerpo santo, limpio, puro y de olor fragante a nuestro Dios (aunque todavía no
sea nuestro cuerpo glorioso), mediante la fe en Dios, cuyo poder también
resucitó a su Hijo Jesucristo de entre los muertos. El premio de este nuevo nacimiento consiste
en que nuestro nombre será anotado en el libro de la vida y luego recibiremos el
sello de la redención. Pero todo esto
debe suceder mientras estemos en la tierra; pues una vez muertos físicamente ya
no habrá cuerpo y alma para santificar (pues hay pecados del cuerpo y del
alma), ni mucho menos habrá cuerpo donde el Espíritu Santo de Dios pueda hacer
su morada, para dirigir nuestros pasos hacia la eternidad. El alma está ligada al cuerpo, hasta que haya
un agente externo que las separe, como los ángeles de la muerte; pero si no
hubo santificación aquí en la tierra, el alma partirá sucia de pecado hacia la
eternidad.
¿Cuál es entonces el misterio? El misterio es que tenemos que morir y
resucitar espiritualmente aquí en la tierra, antes de que nos tome la muerte
física, pues una vez muertos no hay forma de que podamos hacer este proceso en
nuestras vidas y lamentablemente, según el siguiente texto bíblico, estaríamos
destituidos definitivamente del reino de los cielos, por la falta del nuevo
nacimiento; pues si morimos en pecado, nuestra alma y espíritu estarán
contaminados de pecado y allá en el cielo no entrará ninguna persona
sucia, pecadora o sin sello de redención : “No entrará en ella ninguna cosa
inmunda, o que hace abominación y mentira, sino solamente los que están
inscritos en el libro de la vida del Cordero.” Apocalipsis 21:27. No se
haga pues ilusiones, que, con solo escuchar el sermón del domingo, entonces
podrá ir al cielo; o que solo por clamar o cantar muy bonito tendrá un cupo
fijo en el reino de Dios; o que solo por confiar en una religión, o en un
santo, o en una virgen, o en una estatua, entonces va a tener asegurado el reino de Dios. No, enfáticamente dice la palabra, que el que
no naciere de nuevo no puede ver el reino de Dios y ese nacimiento tiene que
ser aquí en la tierra, antes de morir físicamente.
Esta pandemia es un llamado al arrepentimiento, Dios está
permitiendo estas circunstancias para que el hombre despierte y se arrepienta y
busque al Dios vivo, y no siga confiando en “muertos” o religiones o ídolos o
imágenes que nada pueden hacer por el hombre.
Si ya nació de nuevo, entonces ya está preparado por si Dios decide que
ya llegó su hora.
Que Dios los bendiga grande y abundantemente.
Estimado
amigo, si deseas hoy entregar tu vida a Jesucristo haz esta sencilla oración en
voz alta: “Señor Jesús, reconozco que soy pecador y me acerco a ti
arrepentido, para que me perdones y me laves con tu sangre derramada en la cruz
del calvario. Yo te acepto hoy como el Señor y Salvador de mi vida y te
pido que entres en mi corazón y me transformes, me purifiques y me santifiques,
porque quiero ser el templo de tu Santo Espíritu. A partir de hoy me
comprometo a no practicar más el pecado, a leer tu Palabra, a meditar en ella y
sobre todo a obedecerla, para que yo pueda estar en el reino de los cielos por
una eternidad. Amen”.