¿Cuál es tu recompensa?

1 Tesalonicenses 5:15

 Mirad que ninguno pague a otro mal por mal; antes seguid siempre lo bueno unos para con otros, y para con todos.”

CONCLUSIONES.

El mundo se mueve en base a las recompensas, este es el motor que mueve a las multitudes; incluso el trabajo es una forma de recibir recompensas económicas.  “Si me dan, entonces también doy” o “no voy a arriesgarme a perder”, estos son dichos populares que generalmente aplicamos en el recorrido de nuestra existencia; pero el motor que mueve a Dios es totalmente diferente: Es el amor, el cual irradia hacia todo el mundo.  Dios es amor y por tanto también entrega amor a todo el que se acerque a Él, no esperando del hombre ninguna recompensa; pues a la verdad nosotros somos los que necesitamos de Dios y Dios no necesita nada de nosotros.  Dios puede crear, si así lo desea, otra raza de hombres que le alaben en espíritu y en verdad, cuando nosotros dejemos de hacerlo.  Miren como es el amor de Dios, que envía el sol y la lluvia sobre buenos y malos: “para que seáis hijos de vuestro Padre que está en los cielos, que hace salir su sol sobre malos y buenos, y que hace llover sobre justos e injustos.”. Mateo 5:45.

Como Dios da sin medida y sin reservas, espera que nosotros hagamos lo mismo con nuestros semejantes y es por eso que nos manda a no vengarnos de nadie, cuando alguien nos haga mal, en vez de hacernos el bien.  Es menester recordar que no debemos pensar en la recompensa cuando hagamos el bien, y de la misma forma que no pensemos en la venganza, cuando recibamos lo que nos desagrada o lo que más bien nos hace daño, o que nunca recibamos nada por nuestros buenos actos. Es cierto que suena extraño el reino de los cielos; pero es que allí hay santidad y no hay lugar para el odio, ni para el orgullo, ni para la altivez, ni para la venganza.  Otra cosa es que si esperamos que nos devuelvan el bien que hicimos, entonces ¿Cómo acumularemos riquezas en el reino de los cielos? Si nos devuelven el bien que hicimos, entonces matemáticamente quedamos en cero; es decir, no hicimos nada adicional, algo que aumente nuestros ahorros en el reino de los cielos.

Ahora, el mandato de Dios es seguir siempre el bien; pero muchos dirán que mejor no lo hacen porque este no tiene recompensa; pero miren la promesa de Dios para el que hace el bien: “Dad, y se os dará; medida buena, apretada, remecida y rebosando darán en vuestro regazo; porque con la misma medida con que medís, os volverán a medir.”. Lucas 6:38. Con la misma medida que das o haces el bien a los demás, con esa misma medida Dios te devolverá el bien hecho.  Así que no esperes retribución de parte de los hombres, sino más bien de parte de Dios, que es el que pagará: “Porque el Hijo del Hombre vendrá en la gloria de su Padre con sus ángeles, y entonces pagará a cada uno conforme a sus obras.” Mateo 16:27.

Y para los que dicen, que aquellos que nos hacen el mal, también tienen que pagar por sus hechos, hay que recordarles que Dios es el que hace venganza por nosotros y que nosotros no debemos tomarnos ese atrevimiento: “No os venguéis vosotros mismos, amados míos, sino dejad lugar a la ira de Dios; porque escrito está: Mía es la venganza, yo pagaré, dice el Señor.”. Romanos 12:19. 

Recordemos estas reglas de oro: “Que ninguno pague a otro mal por mal” y “seguid siempre lo bueno”, y Dios mismo nos estará pagando por lo que demos o hagamos y también estará convirtiendo el mal que venga hacia nosotros en bendición para nuestras vidas.

Que Dios los bendiga grande y abundantemente.

Estimado amigo, si deseas hoy entregar tu vida a Jesucristo haz esta sencilla oración en voz alta: “Señor Jesús, reconozco que soy pecador y me acerco a ti arrepentido, para que me perdones y me laves con tu sangre derramada en la cruz del calvario.  Yo te acepto hoy como el Señor y Salvador de mi vida y te pido que entres en mi corazón y me transformes, me purifiques y me santifiques, porque quiero ser el templo de tu Santo Espíritu.  A partir de hoy me comprometo a no practicar más el pecado, a leer tu Palabra, a meditar en ella y sobre todo a obedecerla, para que yo pueda estar en el reino de los cielos por una eternidad.  Amen”.

 

 

 

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