¿Cómo es una verdadera conversión?

Joel 2:12-13

“Por eso pues, ahora, dice Jehová, convertíos a mí con todo vuestro corazón, con ayuno y lloro y lamento. Rasgad vuestro corazón, y no vuestros vestidos, y convertíos a Jehová vuestro Dios; porque misericordioso es y clemente, tardo para la ira y grande en misericordia, y que se duele del castigo.”

CONCLUSIONES.

Es fácil decir: “Yo creo en Dios” y también es fácil participar en todos los ritos y costumbres de una religión; más no es lo mismo convertirse de verdad al Dios vivo.  Es fácil ir al servicio religioso todos los domingos y seguir siendo un mentiroso, un vulgar, un adúltero, un glotón, un borracho, un injusto, un incrédulo, un desobediente o un idólatra.  Es muy fácil ir a la iglesia y hacer presencia con nuestro cuerpo, pero dejar nuestro corazón en el resto de los asuntos que nos causan preocupación o que son prioridades para nuestro estilo de vida.  Es muy fácil estar en la iglesia, pero tener nuestro corazón en los problemas del trabajo o del negocio, en los problemas de salud o en la familia; es muy fácil estar en la iglesia, pero estar pensando en el sitio a donde iremos de vacaciones; en síntesis, es muy fácil ir a la iglesia solo en cuerpo, cuando nuestra alma y espíritu están ocupados en otros quehaceres de la vida.  Todo esto indica que en nosotros no ha habido una conversión completa y que no estamos siguiendo a Dios con todo nuestro corazón, como lo pide el primer gran mandamiento. ¿Y qué decir de aquellos que ni siquiera asisten a una iglesia y que por su indiferencia y su incredulidad están alejados de Dios?

El corazón hace parte del alma; por tanto, nuestra conversión tiene que incluir tanto nuestro cuerpo, como nuestra alma y espíritu.  Dios nos quiere completicos en su presencia, por eso es que Él nos exige el cien por ciento de nuestra atención y de nuestro esfuerzo.  No es posible agradar a Dios solo con el cuerpo, tenemos que acercar a Él también nuestra alma y espíritu, que, aunque estén ahí junto con el cuerpo, posiblemente están en otro sitio cumpliendo con otras actividades.  Vemos en este texto que Dios nos pide el cien por ciento de todo nuestro ser: “Y amarás al Señor tu Dios con todo tu corazón, y con toda tu alma, y con toda tu mente y con todas tus fuerzas. Este es el principal mandamiento.” Marcos 12:30.

Entonces ¿Cómo debe ser nuestra conversión a Dios? Dice el texto que dicha conversión debe contener cuatro elementos:

1.  Con todo nuestro corazón.  La conversión no puede ser solo con nuestra boca; esas voces de arrepentimiento tienen que salir de nuestro corazón, solo así tendrán fundamento y podrán perdurar por mucho tiempo.  Así como los escritos pueden con todo, las palabras también; por eso es necesario que salgan de nuestro corazón, así habrá la certeza de que son genuinas.

2.  Con ayuno.  El ayuno significa afligir nuestro cuerpo para permitir que el alma y el espíritu tengan pleno control sobre Él y esto significa dejar de consumir alimentos y bebidas por un mínimo de 8 horas; pues Dios estableció 8 horas para el trabajo, 8 para el descanso y 8 para dormir; entonces así mismo debería ser el horario de ayuno.  Normalmente hay tres comidas al día separadas unas 6 horas una de otra, por lo cual hacer un ayuno de menos de 6 horas es irrisorio y no tiene mucho sacrificio.

3.  Con lloro. Las lágrimas es una forma de saber si las palabras provienen o no del corazón.  Si salen del corazón, salen con lágrimas y si hay lágrimas podemos saber que el acto de conversión del hombre es real.  Es fácil comprometer con Dios solamente nuestra lengua y con el resto seguir sirviendo al mundo y al pecado: “Dice, pues, el Señor: Porque este pueblo se acerca a mí con su boca, y con sus labios me honra, pero su corazón está lejos de mí, y su temor de mí no es más que un mandamiento de hombres que les ha sido enseñado” Isaías 29:13.

4.  Con lamento.  El lamento es la queja, el dolor por lo que pudo ser y no fue, por lo que debimos hacer y no hicimos.  Es lamentarnos delante de Dios por todos nuestros errores, nuestros pecados, nuestras injusticias y sobre todo por nuestra falsedad delante de Dios y por nuestra vida superficial delante de Dios.

En la antigüedad los reyes y los hombres rasgaban sus vestidos en un acto de arrepentimiento; pero Dios nos dice hoy que no hagamos esto, sino que más bien rasguemos nuestros corazones y que el hombre se convierta a Dios, ya que “Él es misericordioso y clemente, que es tardo para la ira y que se duele del castigo”.  A Dios le duele castigarnos; pero no le queda otra alternativa en su afán de corregirnos: “Reconoce asimismo en tu corazón, que como castiga el hombre a su hijo, así Jehová tu Dios te castiga.” Deuteronomio 8:5. Dios es tardo para la ira, pero el hombre no le da tregua a Dios; pues nuestros pensamientos son de continuo para el mal y no hay un arrepentimiento verdadero que le permita a Dios cambiar su veredicto y enviar bendición en vez de castigo: “Y vio Jehová que la maldad de los hombres era mucha en la tierra, y que todo designio de los pensamientos del corazón de ellos era de continuo solamente el mal.” Génesis 6:5.

Rasgar nuestro corazón es abrirlo y sacar todo lo malo que hay dentro de él y permitirle al Espíritu Santo que entre y gobierne nuestro corazón y que lo mantenga santo y limpio; pues en el corazón se gesta toda la maldad del hombre: “Pero lo que sale de la boca, del corazón sale; y esto contamina al hombre.” Mateo 15:18.

Conviértase realmente a Cristo y vendrán tiempos de refrigerio y de bendición para su vida y también para toda su familia, esta es la promesa de Dios: “Ellos dijeron: Cree en el Señor Jesucristo, y serás salvo, tú y tu casa.” Hechos 16:31.

Que Dios los bendiga grande y abundantemente.

Estimado amigo, si deseas hoy entregar tu vida a Jesucristo haz esta sencilla oración en voz alta: “Señor Jesús, reconozco que soy pecador y me acerco a ti arrepentido, para que me perdones y me laves con tu sangre derramada en la cruz del calvario.  Yo te acepto hoy como el Señor y Salvador de mi vida y te pido que entres en mi corazón y me transformes, me purifiques y me santifiques, porque quiero ser el templo de tu Santo Espíritu.  A partir de hoy me comprometo a no practicar más el pecado, a leer tu Palabra, a meditar en ella y sobre todo a obedecerla, para que yo pueda estar en el reino de los cielos por una eternidad.  Amen”.

 

 

  

Comentarios

Entradas populares de este blog

El sueño espiritual. Romanos 13:11-14

El poder del evangelio (Romanos 1:16-17)

En ningún otro hay salvación. Hechos 4:11-12