Dios te conoce.

2 Timoteo 2:19

“Pero el fundamento de Dios está firme, teniendo este sello: Conoce el Señor a los que son suyos; y: Apártese de iniquidad todo aquel que invoca el nombre de Cristo.”

CONCLUSIONES.

Dios ya tenía programado todos los detalles de que se iba a componer nuestro cuerpo, antes que fuésemos engendrados en el vientre de nuestra madre: “No fue encubierto de ti mi cuerpo, Bien que en oculto fui formado, Y entretejido en lo más profundo de la tierra.” Salmos 139:15. ¿Cuánto más podrá conocernos y hacernos seguimiento durante todo el recorrido de nuestra vida?  Y este conocimiento es el que habilita a Dios para saber quiénes son suyos y quienes no.

Dios es omnisciente (este es uno de los fundamentos de su deidad, es decir, uno de sus sellos) y se traduce como: Conocimiento de todas las cosas reales y posibles.  Desde esta perspectiva podemos decir que Dios conoce a cada persona desde los más íntimo de su ser hasta lo más superficial; siendo el corazón uno de los más importantes componentes de nuestra alma, de donde mana la vida y en el cual Dios fija su mirada: “Sobre toda cosa guardada, guarda tu corazón; Porque de él mana la vida.” Proverbios 4:23. Es así como Dios tiene una visión perfecta de nuestra mente y corazón (no el físico, sino el del alma) y no se le escapa ninguno de los detalles de su contenido: “Y a sus hijos heriré de muerte, y todas las iglesias sabrán que yo soy el que escudriña la mente y el corazón; y os daré a cada uno según vuestras obras.” Apocalipsis 2:23. Dado ese gran conocimiento de Dios sobre nosotros, entonces podrá pagar a cada uno conforme a sus obras, sin que haya lugar a equivocaciones: “Porque el Hijo del Hombre vendrá en la gloria de su Padre con sus ángeles, y entonces pagará a cada uno conforme a sus obras.” Mateo 16:27.

Es de anotar que muchos invocan al Señor, aún con sus miembros sucios de pecado. Son personas que intentan caminar por un doble camino:  Por un lado, profesan ser de Cristo; pero por otro lado siguen conviviendo con el pecado.  Por eso es apremiante el mandato de Dios: “Apártese de iniquidad todo aquel que invoca el nombre de Cristo”.  Esto es porque el que tiene un doble camino o una doble vida, con su boca pregona ser de Cristo y de esta forma se engaña a sí mismo y desagrada a Dios con su hipocresía y con sus mentiras; fuera de esto, con su camino de pecado, entonces está haciendo que vituperen el nombre de Cristo o que hablen mal del evangelio por causa de sus actos, los cuales no dignifican la obra de Dios ni la glorifican; sino que a través de ellas hace que muchos renieguen y desistan del camino del evangelio.  También de esta forma se cierran las puertas de la salvación para aquellos que quieren entrar, pero que están siendo estorbados, están siendo bombardeados por información y actos negativos, que empañan el buen nombre del evangelio.

Es muy fácil decir que somos cristianos, pero seguimos diciendo mentiras, seguimos diciendo vulgaridades, seguimos calumniando a las demás personas, seguimos hablando mal de nuestras autoridades en vez de estar intercediendo por ellas, no nos sujetamos a las autoridades delegadas por Dios, desobedecemos abiertamente la palabra de Dios en aquellas cosas que no nos gustan o con las cuales no estamos de acuerdo, seguimos honrando imágenes y tampoco queremos escudriñar la biblia, buscando de esta forma no tener compromisos con Dios.  Y para la mayor parte de la gente, el mayor problema es que están amañados con una religión que solo les exige ir el domingo a la iglesia o presenciar el servicio por televisión; pero que no tiene nada para darles y es por eso que hay que acudir a Jesucristo, quien sí nos puede salvar, por ser el único intermediario entre Dios y los hombres.  Tenga en cuenta que Dios nos va a calificar no por lo que escucha de nosotros, sino por lo que hay en nuestro corazón; no nos salvará porque asistamos a una iglesia, sino porque efectivamente hemos nacido de nuevo y hemos muerto al hombre de pecado.

¿Ahora, desde nuestro punto de vista cómo hacemos para conocernos a nosotros mismos?  La biblia nos ha dejado varias formas de conocernos a nosotros mismos: “Por sus frutos los conoceréis. ¿Acaso se recogen uvas de los espinos, o higos de los abrojos? Así, todo buen árbol da buenos frutos, pero el árbol malo da frutos malos.” Mateo 7:16-17. Si la persona no está dando los frutos del Espíritu (amor, gozo, paz, paciencia, benignidad, bondad, fe, mansedumbre y templanza), sino los frutos de la carne, entonces este es un cristiano fraudulento, que solo está estorbando el avance de la obra del Señor; es decir, está sirviendo de tropiezo a la obra del Señor y a los cristianos verdaderos; o es un cristiano solo de palabra, que camina por el sendero ancho del mundo que conlleva a la perdición.

Otra forma de conocernos a nosotros mismos es mediante la obediencia a la palabra de Dios, si usted está estudiando la palabra de Dios y también la está obedeciendo, entonces es una oveja del rebaño del Señor, de lo contrario, es un “cabrito” de aquellos que no entró por la puerta, sino que se saltó la cerca: “El que tiene mis mandamientos, y los guarda, ése es el que me ama; y el que me ama, será amado por mi Padre, y yo le amaré, y me manifestaré a él.” Juan 14:21. Es imprescindible, que en la misma forma como alimentamos nuestro cuerpo diariamente, así mismo alimentemos nuestra alma a través de la palabra de Dios.  Si el cuerpo se vuelve raquítico sin alimento, lo mismo le ocurrirá al alma sin palabra de Dios.

Estimado hermano y amigo, Dios te conoce de verdad y es ya la hora de quitarnos la máscara de cristianos y nacer de nuevo como verdaderos hijos de Dios; de lo contrario, hay un infierno esperando a aquellos que no se han arrepentido de verdad ni han entregado sus vidas a Jesucristo: “Respondió Jesús y le dijo: De cierto, de cierto te digo, que el que no naciere de nuevo, no puede ver el reino de Dios.” Juan 3:3.

Que Dios los bendiga grande y abundantemente.

Estimado amigo, si deseas hoy entregar tu vida a Jesucristo haz esta sencilla oración en voz alta: “Señor Jesús, reconozco que soy pecador y me acerco a ti arrepentido, para que me perdones y me laves con tu sangre derramada en la cruz del calvario.  Yo te acepto hoy como el Señor y Salvador de mi vida y te pido que entres en mi corazón y me transformes, me purifiques y me santifiques, porque quiero ser el templo de tu Santo Espíritu.  A partir de hoy me comprometo a no practicar más el pecado, a leer tu Palabra, a meditar en ella y sobre todo a obedecerla, para que yo pueda estar en el reino de los cielos por una eternidad.  Amen”.  Y si estás en peligro de muerte y no estás en paz con Dios, puedes acudir a la misericordia de nuestro Señor Jesucristo, clamando a gran voz por salvación: “Y todo aquel que invocare el nombre del Señor, será salvo.” Hechos 2:21.

  

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