Aguardemos la segunda venida de Cristo.

Tito 2:11-14

“Porque la gracia de Dios se ha manifestado para salvación a todos los hombres, enseñándonos que, renunciando a la impiedad y a los deseos mundanos, vivamos en este siglo sobria, justa y piadosamente, aguardando la esperanza bienaventurada y la manifestación gloriosa de nuestro gran Dios y Salvador Jesucristo, quien se dio a sí mismo por nosotros para redimirnos de toda iniquidad y purificar para sí un pueblo propio, celoso de buenas obras.”

CONCLUSIONES.

Hay un deseo primordial de parte de Dios para la humanidad y es “salvación para todos los hombres” por medio de su gracia, o sea su bendición gratuita; pero no todos quieren ser salvos, ni aún los de su propio pueblo: “A lo suyo vino, y los suyos no le recibieron” Juan 1:11.  Esto esclarece dos principios, el primero es la voluntad que Dios tiene de que todos seamos salvos y el segundo es que el hombre en su mayoría no quiere ser salvo.

Para este magno propósito de la salvación, Dios envió a su Hijo al mundo (quien estaba sentado a su diestra), para que allí en el mundo fuera sacrificado como un cordero inmolado y sin mancha delante de su Padre.  Aquí en el mundo, Jesucristo se despojó de sus “vestiduras” de Dios y se entregó a sí mismo para el sacrificio, mediante el cual tenía que haber derramamiento de sangre para que esta pudiera cumplir su tarea de redimir al hombre: “Y casi todo es purificado, según la ley, con sangre; y sin derramamiento de sangre no se hace remisión.”. Hebreos 9:22. 

Otra magna obra alcanzada por Jesucristo en la cruz del calvario, tan importante como la primera consistente en la redención del hombre, fue que mediante la cruz sometió a las tinieblas bajo sus pies y les quitó la potestad que tenían sobre la vida y sobre la muerte: “y despojando a los principados y a las potestades, los exhibió públicamente, triunfando sobre ellos en la cruz.” Colosenses 2:15.

Con su sangre, Cristo nos redimió de toda iniquidad; pero solo redimió y redime hoy a aquellos que le reciben y creen en su nombre; pues los demás siguen excluidos del reino de los cielos hasta tanto no decidan llegar arrepentidos a los pies de Cristo y le reciban como su Señor y Salvador: “Mas a todos los que le recibieron, a los que creen en su nombre, les dio potestad de ser hechos hijos de Dios”.  Juan 1:12. Cada uno de los redimidos por Cristo, de los purificados por su sangre, entonces pasan a conformar su iglesia, que es un pueblo de su propiedad, un pueblo purificado de toda iniquidad y pecado y celoso de buenas obras; es decir, este es un pueblo justo y santo.  Esta iglesia santa conforma la novia del Cordero, la cual será desposada con Jesucristo allá en el cielo, aquel gran día donde se celebrarán las Bodas del Cordero.

¿Qué debemos entonces hacer para acogernos a la gracia de Dios?  Hay varios pasos:

1.  Renunciar a la impiedad y a los deseos mundanos. Impiedad es todo lo contrario a la palabra de Dios y para contrarrestarla es menester conocer la palabra y ponerla por obra. Y en cuanto a los deseos mundanos, estos son uno de nuestros mayores enemigos los cuales batallan en nuestros miembros y a los cuales también debemos renunciar y crucificar en la cruz del calvario, lo cual es un acto simbólico en el que se crucifica la carne con sus pasiones y deseos, entregándolos a Cristo para que sean puestos en la cruz y renunciando a ellos definitivamente.  Si continuamos viviendo en los deseos de la carne, estos sin duda nos conducirán al infierno: “Porque mientras estábamos en la carne, las pasiones pecaminosas que eran por la ley obraban en nuestros miembros llevando fruto para muerte.” Romanos 7.5.

2.  Vivir sobria, justa y piadosamente.  Esto en términos generales es vivir acorde a los mandamientos de Dios expuestos en la biblia.  Sobrio es: “Templado, moderado, que no está borracho”.  Justo es “que vive según la ley de Dios”. Piadoso es “Benigno, blando, misericordioso, que se inclina a la piedad y conmiseración”.  La piedad tiene como recompensa la vida eterna: “porque el ejercicio corporal para poco es provechoso, pero la piedad para todo aprovecha, pues tiene promesa de esta vida presente, y de la venidera.” 1 Timoteo 4:8.

3.  Aguardar la esperanza bienaventurada y la manifestación gloriosa de nuestro gran Dios y Salvador Jesucristo.  Para esto hay que tener paciencia, pues mucho se ha hablado de la venida de nuestro Señor Jesucristo y aunque no ha sucedido, sin duda alguna vendrá, puesto que Dios no miente.  Pero tenemos que estar preparados para alguno de los dos próximos eventos en nuestra vida: Nuestra muerte física o el rapto de la iglesia.  Y para los dos tenemos que estar preparados de tal forma que no tengamos de qué avergonzarnos delante de Jesucristo, cuando por causa del juicio quedemos excluidos de su reino.  Esta esperanza en la salvación nos debe mantener vivos, ejercitándonos en la piedad y trabajando en la expansión de la obra de nuestro Señor Jesucristo; mientras sucede su manifestación gloriosa.  Esta esperanza es bienaventurada, porque traerá bendición eterna si se mantiene viva, aún a pesar de las tribulaciones que debemos vivir como cristianos.

Estimado hermano y amigo, ¿Aún esperas la manifestación gloriosa de nuestro Salvador Jesucristo? ¿O estás muy amañado en el mundo con sus pasiones y deseos y aún no has renunciado a ellos? ¿O aún no quieres vivir sobria, justa y piadosamente?  Muchos están muriendo en estos días y usted no se imagina la realidad que gran parte de ellos han tenido que enfrentar ante un infierno que los cogió por sorpresa, porque nunca quisieron conocer la verdad y se contentaron solo con lo que les decía una religión, o se contentaron con solo ir a la iglesia el domingo, o creyeron que un ídolo o imagen les podía dar entrada al cielo y pensaron que solo con eso iban a estar en paz con Dios.

La mayoría del mundo está jugando a la “ruleta rusa” y están esperando a ver qué sucede después de su muerte.  Muchos se alegran falsamente pensando que Dios es amor y que no los dejará perder o pensando que el diablo no es tan malo y que allá en su mundo podrán seguir viviendo normalmente e incluso piensan que allá estarán de fiesta todo el tiempo; pero ¡Qué gran engaño es este que ha puesto el diablo en la mente de los hombres!  No debemos dejar nuestra vida eterna en manos de una ruleta, tenemos que hacer algo ahora que estamos vivos; pues cuando pasemos de vida a muerte ya no habrá más nada que podamos hacer, pues se habrá acabado toda oportunidad y cualquier intento por salvarnos será imposible, si no lo hicimos cuando estuvimos vivos.

Que Dios los bendiga grande y abundantemente.

Estimado amigo, si deseas hoy entregar tu vida a Jesucristo haz esta sencilla oración en voz alta: “Señor Jesús, reconozco que soy pecador y me acerco a ti arrepentido, para que me perdones y me laves con tu sangre derramada en la cruz del calvario.  Yo te acepto hoy como el Señor y Salvador de mi vida y te pido que entres en mi corazón y me transformes, me purifiques y me santifiques, porque quiero ser el templo de tu Santo Espíritu.  A partir de hoy me comprometo a no practicar más el pecado, a leer tu Palabra, a meditar en ella y sobre todo a obedecerla, para que yo pueda estar en el reino de los cielos por una eternidad.  Amen”.  Y si estás en peligro de muerte y no estás en paz con Dios, puedes acudir a la misericordia de nuestro Señor Jesucristo, clamando a gran voz por salvación: “Y todo aquel que invocare el nombre del Señor, será salvo.” Hechos 2:21.

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