El camino de la humillación y la exaltación.

Hebreos 5:7

“Y Cristo, en los días de su carne, ofreciendo ruegos y súplicas con gran clamor y lágrimas al que le podía librar de la muerte, fue oído a causa de su temor reverente.”

CONCLUSIONES.

¿Usted se había imaginado alguna vez la escena de Jesucristo rogando y suplicando con gran clamor y lágrimas?  Suena raro que el mismo Hijo de Dios tuviera que suplicar para que pudiera ser librado de la muerte que se avecinaba para su vida, la cual anticipaba él mismo: “y diciendo: Es necesario que el Hijo del Hombre padezca muchas cosas, y sea desechado por los ancianos, por los principales sacerdotes y por los escribas, y que sea muerto, y resucite al tercer día.”  Lucas 9:22.  Si ya estaba escrito que resucitaría al tercer día, entonces ¿para qué suplicar?  Indudablemente tenía que recorrer el camino de la humillación para que después pudiese ser exaltado; de lo contrario, sin humillación también habría resucitado, pero hubiera seguido siendo un simple hijo, quizás sin atributos suficientes para ser el Salvador de la humanidad.  El texto dice que fue oído a causa de su temor reverente hacia su Padre Celestial y también por sus lágrimas y por su clamor; temor que se traduce como respeto y obediencia y no como miedo.

¿Qué hubiera pasado donde Jesucristo no se hubiera humillado delante de su Padre?  Posiblemente no se habría podido completar el plan de salvación; pues si Jesús se hubiera comportado orgullosamente; es decir, no se hubiera humillado, entonces había sido igual de orgulloso que el diablo y por ende no hubiera podido derrotarlo en la cruz del calvario (ya que el bien derrota al mal). De esto concluimos que el diablo jamás se arrepentirá y dejará de hacer maldad, porque su orgullo es tan grande que anhelaba sentarse en las alturas junto al trono de Dios; en cambio Jesús siempre reconoció que tenía al Padre como su única autoridad y que siempre debía someterse a su voluntad y no a la propia.

Pero Jesucristo se humilló y fue obediente hasta la muerte:  “y estando en la condición de hombre, se humilló a sí mismo, haciéndose obediente hasta la muerte, y muerte de cruz.”. Filipenses 2:8.  Y por eso Dios lo resucitó con honores y lo exaltó hasta lo sumo: “Por lo cual Dios también le exaltó hasta lo sumo, y le dio un nombre que es sobre todo nombre”. Filipenses 2:9.  Dios espera que nosotros crezcamos espiritualmente a la medida de la estatura de Cristo y esto implica también crecer en humildad y obediencia, llaves que pueden abrirnos las puertas de la bendición celestial.  El peligro es que el mundo y todos los que están gobernados por las tinieblas están plagados de orgullo y ni siquiera reconocen la existencia de un Dios vivo y poderoso.

Ya sabemos entonces que por su humillación y su obediencia, fue escuchado por su Padre, y por ende fue resucitado y elevado a una condición supereminente: “y mediante el cual creéis en Dios, quien le resucitó de los muertos y le ha dado gloria, para que vuestra fe y esperanza sean en Dios.” 1 Pedro 1:21.  ¿Pero qué hay de nosotros?  Si Jesucristo se tuvo que humillar para ser librado de la muerte y luego para ser exaltado, ¿No cree usted que de la misma forma tendremos que hacer nosotros, para ser librados del pecado y de la muerte y para que seamos llevados y bendecidos en los lugares celestiales? 

Jesucristo nos mostró el camino de la humillación y la exaltación para que nosotros también pudiéramos transitar por él.  Y si el lo hizo mientras estuvo en su condición humana, es porque nosotros como humanos también lo podemos hacer y si no fuera posible, entonces la Palabra no anunciaría de antemano esta victoria para los seguidores de Cristo:  “Al que venciere, yo lo haré columna en el templo de mi Dios, y nunca más saldrá de allí; y escribiré sobre él el nombre de mi Dios, y el nombre de la ciudad de mi Dios, la nueva Jerusalén, la cual desciende del cielo, de mi Dios, y mi nombre nuevo.”. Apocalipsis 3:12.

Temor reverente y obediencia, fueron otros hechos de Jesucristo que lo llevaron a la humillación y posterior exaltación.  Dice el texto que “fue oído a causa de su temor reverente”, pues aunque Jesús es parte de Dios, aún así tuvo reverencia ante su Padre por motivo de la autoridad que representa; pues el Padre es mayor que el Hijo, aunque ambos sean partícipes de la misma trinidad: “Mi Padre que me las dio, es mayor que todos, y nadie las puede arrebatar de la mano de mi Padre.” Juan 10:29.  Otra virtud fundamental es la obediencia; pues sin esta no se pueden desatar las promesas y bendiciones de Dios:  “y estando en la condición de hombre, se humilló a sí mismo, haciéndose obediente hasta la muerte, y muerte de cruz.” Filipenses 2:8.

El problema de la humanidad es que quiere bendición sin sacrificio y para transitar por este camino hay que renunciar primeramente al orgullo y la vanagloria y estar convencidos que por nuestras propias fuerzas no es posible ni siquiera que podamos obtener la salvación, mucho menos de recorrer el camino de la humillación, para que luego allá en el cielo podamos ser exaltados y ser hechos partícipes con Cristo de la herencia en el reino de los cielos:  “Sabiendo que del Señor recibiréis la recompensa de la herencia, porque a Cristo el Señor servís.”. Colosenses 3:24.

Que Dios los bendiga grande y abundantemente.

Estimado amigo, si deseas hoy entregar tu vida a Jesucristo haz esta sencilla oración en voz alta: “Señor Jesús, reconozco que soy pecador y me acerco a ti arrepentido, para que me perdones y me laves con tu sangre derramada en la cruz del calvario.  Yo te acepto hoy como el Señor y Salvador de mi vida y te pido que entres en mi corazón y me transformes, me purifiques y me santifiques, porque quiero ser el templo de tu Santo Espíritu.  A partir de hoy me comprometo a no practicar más el pecado, a leer tu Palabra, a meditar en ella y sobre todo a obedecerla, para que yo pueda estar en el reino de los cielos por una eternidad.  Amen”.  Y si estás en peligro de muerte y no estás en paz con Dios, puedes acudir a la misericordia de nuestro Señor Jesucristo, clamando a gran voz por salvación: “Y todo aquel que invocare el nombre del Señor, será salvo.” Hechos 2:21.

  

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