Sin obediencia no hay premio.

Hebreos 5:8-10

“Y aunque era Hijo, por lo que padeció aprendió la obediencia; y habiendo sido perfeccionado, vino a ser autor de eterna salvación para todos los que le obedecen; y fue declarado por Dios sumo sacerdote según el orden de Melquisedec.”

CONCLUSIONES.

No solo Jesucristo bajó de los cielos y se hizo hombre para salvarnos; sino que también lo hizo para mostrarnos cómo obtener varias virtudes, entre ellas la perfección, la cual consta de varias etapas.  Es de anotar que para ser salvos solo hay un camino y una puerta y esta es Jesucristo.

1.  El padecimiento

Aunque Jesucristo es el Hijo de Dios, también necesitó de padecimientos y de aflicciones, dado que según el texto “necesitaba aprender la obediencia”, aunque fuese el Hijo de Dios y no hubiera ningún síntoma de desobediencia en su vida.  Dice la Palabra que: “Confirmando los ánimos de los discípulos, exhortándoles a que permaneciesen en la fe, y diciéndoles: Es necesario que a través de muchas tribulaciones entremos en el reino de Dios.” Hechos 14:22.  Jesucristo después de su muerte también tenía que resucitar y entrar por segunda vez en los cielos; por tanto también las tribulaciones tenían que ser parte de su proceso; pues sin sufrimiento parece que las victorias pierden su esencia y su colorido.

El padecimiento, llamado también aflicciones o tribulaciones, tiene un objetivo primordial en el hombre y es producir paciencia, sin la cual el hombre no tiene estabilidad en sus propósito o metas.  Sin la paciencia es muy posible que abandone el camino cuando surjan los problemas, cuando las cosas no resultan como las esperaba o cuando aún no vea los frutos:  “Y no sólo esto, sino que también nos gloriamos en las tribulaciones, sabiendo que la tribulación produce paciencia”. Romanos 5:3. 

Si comprendemos cuál es el camino que nos espera, entonces pensaremos igual que el apóstol cuando decía que “nos gloriamos en las tribulaciones” y entonces vendrá contentamiento sobre nuestra vida aún en tiempos de crisis.  Y esta frase “Por lo que padeció aprendió la obediencia”, denota un misterio, puesto que el Hijo de Dios es perfecto y no necesitaba aprender nada; sin embargo, creo que era necesario por causa del ejemplo que debía dejar a sus discípulos, aquellos que iban a recorrer el mismo camino.

2.  La obediencia

Dice el texto que “por lo que padeció aprendió la obediencia”, ¿Será qué el hecho de recibir “golpes” nos enseña a ser obedientes?  Sin duda alguna, cuando se castiga o coloca restricciones a un hijo cuando ha actuado mal, con seguridad que él lo recordará la próxima vez y no lo hará (exceptuando aquellos que son rebeldes); he aquí el fundamento de la obediencia, pues sabe que al desobedecer nuevamente, tendrá que pasar por castigos superiores a los que antes había recibido por hacer lo mismo.  Es posible que no todas las tribulaciones tengan que ver con la reprensión de nuestros malos actos, pues tenemos la Palabra que nos confirma que por el solo hecho de Dios amarnos entonces seremos disciplinados por Él:  “Porque Jehová al que ama castiga, Como el padre al hijo a quien quiere.” Proverbios 3:12. 

Con estos fundamentos podemos afirmar entonces que el propósito de los padecimientos es forjar la obediencia; la cual es fundamental en los propósitos de Dios:  “El que tiene mis mandamientos, y los guarda, ése es el que me ama; y el que me ama, será amado por mi Padre, y yo le amaré, y me manifestaré a él.”. Juan 14:21.  En síntesis la obediencia es el ingrediente principal del amor a Dios, mediante la cual le demostramos nuestro sincero afecto y también es la llave que abre los depósitos de la bendición; entonces el hombre que obedece realmente ama y será retribuido con abundantes bendiciones de parte de Dios.

3.  La perfección.

Indudablemente, la perfección se alcanza mediante la obediencia, pues dice el texto:  “aprendió la obediencia; y habiendo sido perfeccionado”, lo que indica que antes de la perfección está la obediencia y que la diferencia entre un verdadero hijo de Dios y uno del mundo es la obediencia; pues el cristiano siempre está buscando la perfección, en cambio el hombre natural sigue siendo esclavo del pecado.  Muchos pregonan ser hijos de Dios, pero no obedecen y en la mayoría de los casos no les interesa leer la Biblia para no ser confrontados, porque la Palabra escudriña sus corazones y les demuestra que son desobedientes. 

Muchos prefieren morir ciegos espiritualmente para no ser comprometidos con la obediencia; pero aún así, el que peca por ignorancia también tiene su castigo; el problema es que solo hay un lago de fuego y azufre, donde también será lanzado el infierno junto con el diablo y sus seguidores; es decir no hay un infierno chiquito para los que desobedecen por ignorancia, tampoco hay un infierno mediano, para los que obedecen a medias y solo hay un infierno para todos los pecadores que no se hayan arrepentido y que no hayan entregados sus vidas a Jesucristo.  Jesucristo al limpiarnos de nuestros pecados, quita las diferencias entre pecados grandes, medianos y pequeños, pues estos son borrados del libro de la vida y para todos los hijos de Dios, solo habrá vida eterna, una vida llena de gozo, de amor y de paz.

Este estado de perfección está enmarcado dentro de la santidad, la cual es el estado normal de Dios:  “Sino, como aquel que os llamó es santo, sed también vosotros santos en toda vuestra manera de vivir”. 1 Pedro 1:15.  Esto significa que en este estado de santidad, el hombre tiene que estar apartado del mundo y del pecado y tiene que estar consagrado solo a Dios, a quien tiene que entregar tanto su cuerpo, como su alma (con su corazón, mente y emociones) y también su espíritu.  Y esta santidad empieza desde el cuerpo, el cual debemos presentar como un sacrificio vivo y santo delante de Dios:  “Así que, hermanos, os ruego por las misericordias de Dios, que presentéis vuestros cuerpos en sacrificio vivo, santo, agradable a Dios, que es vuestro culto racional.” Romanos 12:1. 

Pero no podemos consagrar nuestro cuerpo a Dios si lo vestimos de la misma forma como se viste el mundo; pues el diablo solo está interesado en mostrar cuerpos sensuales para alborotar los sentidos del sexo opuesto, o en mostrar cuerpos provocativos para despertar las pasiones de la carne; es decir, no podemos ser instrumentos del diablo y a la misma vez servirle a Dios.  Si los miembros de nuestro cuerpo están consagrados para hacer injusticia y maldad, entonces no estaremos cumpliendo con el mandato de presentar nuestro cuerpo vivo, santo y agradable a Dios.

4.  El premio.

El Hijo de Dios tuvo dos premios según este texto (porque son muchos más): 1.  Fue constituido autor de eterna salvación para todos lo que le obedecen y 2. Fue declarado por Dios sumo sacerdote según el orden de Melquisedec.  El primer premio tiene que ver con su gran profesión como Señor y Salvador de la humanidad y el segundo tiene que ver con su exaltación somo Sumo Sacerdote.  Observen que Jesucristo es autor de eterna salvación solo para aquellos que obedecen; no para los incrédulos y desobedientes, pues estos tendrán su parte en el lago de fuego y azufre.

¿Pero qué hay de los premios para nosotros los humanos que transitemos en este camino del verdadero cristianismo?  También los hay, siendo el principal de ellos la salvación para nuestras almas.  El solo hecho de imaginar un sufrimiento constante en el infierno, nos hace pensar también en lo maravilloso que es la salvación, que podría ser comparable en términos materiales como estar en un paraíso, descansando y disfrutando de la naturaleza, sin los problemas ni los afanes de la vida. 

Pero esto requiere obediencia; pues sin ella no hay premio; es cierto que Jesucristo es el Salvador de la humanidad; pero solo lo será para aquellos que se quieran dejar salvar mediante la obediencia; pues no podemos decirle a Jesucristo que se encargue de nuestra salvación, mientras nosotros nos encargamos de los asuntos temporales de nuestra existencia y así rechazamos un premio tan grande que nos regala Dios, cuya única condición es que atendamos al evangelio de salvación y lo obedezcamos.

Prosigo a la meta, al premio del supremo llamamiento de Dios en Cristo Jesús.”. Filipenses 3:14.  El apóstol Pablo considera el llamamiento de Dios en Cristo Jesús como un “premio supremo”.  Es de gran gozo y estima el ser tenidos en cuenta por Dios y el ser llamados a su reino, mediante el camino que abrió Jesucristo con su sacrificio en la cruz del calvario.  Esto de ser llamados por Dios a participar de su reino y a establecer una relación personal con el Creador, eso no tiene precio y para ello podemos traer a colación la vida del padre Abraham, quien fue declarado como amigo de Dios:  “Y se cumplió la Escritura que dice: Abraham creyó a Dios, y le fue contado por justicia, y fue llamado amigo de Dios.”.  Santiago 2:23.  Ser amigo de Dios es maravilloso, pues fuera de cuidarnos, nos declara todo lo que Él desea hacer alrededor de nuestras vidas y también atiende nuestra oración en forma privilegiada, respondiendo inmediatamente a cada asunto que demandemos de su parte.

¿Pero qué impide que nosotros podamos ser amigos de Dios, como si lo fue Abraham?  “!!Oh almas adúlteras! ¿No sabéis que la amistad del mundo es enemistad contra Dios? Cualquiera, pues, que quiera ser amigo del mundo, se constituye enemigo de Dios.”. Santiago 4:4.  En síntesis, el hombre natural no puede ser amigo de Dios, porque es amigo del mundo, pues al hacer la voluntad de la carne y de las tinieblas, entonces se hace amigo del mundo y se constituye enemigo de Dios.

Y yo Juan vi la santa ciudad, la nueva Jerusalén, descender del cielo, de Dios, dispuesta como una esposa ataviada para su marido.” Apocalipsis 21:2.  ¿No le parece un gran premio vivir en la mejor ciudad de la tierra?  Aún así, todo aquí es temporal, pero hay una gran ciudad en los cielos con calles de oro y mar de cristal, donde morarán todos los redimidos por la sangre del Cordero, aquellos que no tienen mancha ni arruga en sus vestidos, aquellos que viven en santidad para Dios, aquellos que han sido perfeccionados mediante la obediencia.

Que Dios los bendiga grande y abundantemente.

Estimado amigo, si deseas hoy entregar tu vida a Jesucristo haz esta sencilla oración en voz alta: “Señor Jesús, reconozco que soy pecador y me acerco a ti arrepentido, para que me perdones y me laves con tu sangre derramada en la cruz del calvario.  Yo te acepto hoy como el Señor y Salvador de mi vida y te pido que entres en mi corazón y me transformes, me purifiques y me santifiques, porque quiero ser el templo de tu Santo Espíritu.  A partir de hoy me comprometo a no practicar más el pecado, a leer tu Palabra, a meditar en ella y sobre todo a obedecerla, para que yo pueda estar en el reino de los cielos por una eternidad.  Amen”.  Y si estás en peligro de muerte y no estás en paz con Dios, puedes acudir a la misericordia de nuestro Señor Jesucristo, clamando a gran voz por salvación: “Y todo aquel que invocare el nombre del Señor, será salvo.” Hechos 2:21.

  

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