El hombre es como la hierba.

1 Pedro 1:24-25.

“Porque: Toda carne es como hierba, Y toda la gloria del hombre como flor de la hierba. La hierba se seca, y la flor se cae; Mas la palabra del Señor permanece para siempre. Y esta es la palabra que por el evangelio os ha sido anunciada.”

CONCLUSIONES.

En este tiempo de pandemia han muerto 6.19 millones de personas, lo que no es mucho frente a los 7.9 billones de habitantes de la tierra y en parte es por esto que cuando la muerte aún no ha tocado a ninguno de nuestros familiares más cercanos, entonces uno como humano se cree fuerte y casi intocable. Vemos desfilar féretros por allá lejos de nuestros entornos, entonces no hay preocupaciones a nivel personal ni a nivel familiar y creemos que eso de ninguna manera llegará a tocar nuestro entorno más cercano y a pesar de nuestro estado espiritual llegamos a pensar que gozamos de un estatus especial dentro de los allegados a Dios y hasta creemos tener una protección muy especial.

Pero qué equivocados estamos, pues un día cuando la muerte toque alguna de las puertas de nuestro entorno familiar, entonces ahí si nos consternamos y nos preguntamos: ¿Por qué a mí me está sucediendo esto? Esta es mi situación y la de muchos en estos tiempos, pues se ha ido un miembro, ha quedado un vacío que jamás podrá ser llenado, pues todo ser humano es totalmente diferente tanto en su cuerpo como en su personalidad, por lo tanto llegamos a la conclusión de que los que se fueron son insustituibles y que lo único que va tratando de llenar ese vacío es el paso del tiempo y nuestra memoria que también es de corta duración, pues varios años más tarde, es posible que nos acordemos del asunto solo en forma esporádica y que ya nos hayamos acomodado a la nueva situación, pues hay que tratar de reemplazar las tareas del que se fue, solo si son necesarias y los que quedamos tratar de acostumbrarnos a los nuevos retos que nos pone la vida por delante. 

Sin embargo, en todo esto debemos tener bien claro que Dios es el que tiene potestad y dominio sobre la vida y sobre la muerte, pues esta potestad sobre la muerte le fue arrebatada al diablo por Jesucristo mediante su muerte en la cruz del calvario y Dios es el que decide cuando quitar y cuando poner la vida: “Jehová mata, y él da vida; Él hace descender al Seol, y hace subir”. 1 Samuel 2:6. No son las circunstancias ni los descuidos los que definen si morimos o seguimos vivos, es el perfecto plan de Dios, plan que se irá ajustando acorde con las decisiones trascendentales que tomemos en nuestras vidas.  Por ejemplo, el rey Ezequías enfermó de muerte y al saber que iba a morir se humilló, clamó y lloró delante de Dios quien cambió los planes que tenía para él y le concedió quince años más de vida: “Y añadiré a tus días quince años, y te libraré a ti y a esta ciudad de mano del rey de Asiria; y ampararé esta ciudad por amor a mí mismo, y por amor a David mi siervo”. 2 Reyes 20:6.

Uno de los propósitos principales de Dios a través de su Hijo, era encarnarse y vivir como hombre (por eso también se llamó Hijo de Hombre), de tal forma que desde esta posición pudiera inhabilitar al diablo quien tenía el imperio de la muerte: “Así que, por cuanto los hijos participaron de carne y sangre, él también participó de lo mismo, para destruir por medio de la muerte al que tenía el imperio de la muerte, esto es, al diablo”.  Hebreos 2:14. Ahora sabemos que el diablo no puede matar a nadie porque perdió la potestad que tenía sobre la muerte y que tampoco las circunstancias fatídicas pueden provocar la muerte porque todo lo que sucede en nuestras vidas está enmarcado dentro de un plan divino que es inviolable, así como lo son las leyes naturales.  Si el malo y el perverso muere, es porque Dios lo permite, así su vida esté gobernada por el diablo, y si el hijo de Dios muere, es porque este acontecimiento estaba en el plan perfecto de Dios y porque posiblemente ya terminó su obra aquí en la tierra.

El fundamento es muy claro: “Toda carne es como hierba”.  La hierba es de corta duración y muy pronto es comida por los animales o simplemente se seca por la acción del sol y al final ¿Qué queda de la hierba? No queda nada o simplemente quedan restos secos, los cuales desaparecerán a causa de las corrientes de agua o de los incendios.  Así mismo es el hombre, este nace, crece rápidamente, puede o no reproducirse y si no tiene inconvenientes entonces podrá llegar a su estado adulto, luego a la vejez y por último le sobrevendrá la muerte; pero este último paso puede suceder antes del nacimiento, cuando la criatura aún está en el vientre de su madre.  Pareciera mucho tiempo; pero los que tenemos más de 50 años podemos decir que fue ayer que nacimos, pues vemos que el tiempo corrió velozmente y que no tuvimos suficiente tiempo de hacer las cosas que hoy consideramos importantes para nosotros: “Los días de nuestra edad son setenta años; Y si en los más robustos son ochenta años, Con todo, su fortaleza es molestia y trabajo, Porque pronto pasan, y volamos”.  Salmos 90:10.

Y si la carne es como la hierba, toda la gloria del hombre es aún más fugaz: “Y toda la gloria del hombre como flor de la hierba”.  Es por eso que el orgullo y la vanidad de nada sirven en la vida del hombre, pues estos se desvanecen más rápido que el cuerpo, porque en la ausencia del cuerpo, estos pecados no tienen forma de manifestarse y ahí mueren junto con el cuerpo.  Es por eso que Jesucristo nos mandó más bien a ser mansos y humildes de corazón para que encontráramos la verdadera paz para nuestras vidas: “Llevad mi yugo sobre vosotros, y aprended de mí, que soy manso y humilde de corazón; y hallaréis descanso para vuestras almas”.  Mateo 11:29. La vanagloria del hombre aparentemente le provee de gozo, pero nunca le dará descanso, porque esta hace parte de las pasiones del mundo que nunca descansan en querer manifestarse y en seguir contaminando a los hombres.

¿Pero si el hombre es como la hierba y su gloria como flor de la hierba, entonces qué es lo que permanece?  El hombre de carne y hueso junto con sus pasiones, vicios, deseos y pecados es temporal y para Dios son como la neblina que aparece en la mañana y a medida que sale el sol se desvanece, pero el segundo y tercer componente del hombre que son su alma y espíritu permanecen para siempre y estarán en el cielo si Jesucristo habitaba en sus corazones cuando aún estaban aquí en la tierra; de resto, son recogidas (el alma y el espíritu) por los ángeles de la muerte, quienes le conducirán al infierno.

Pero fuera de estos dos componentes del hombre que son eternos, hay otra cosa que es eterna: “La hierba se seca, y la flor se cae; Mas la palabra del Señor permanece para siempre.  La Palabra de Dios o el Evangelio de la Salvación es eterno, aunque hayan representaciones aquí en la tierra esculpidas en papel, que son temporales, pero esa Palabra que salió de la boca de Dios, de su Hijo Jesucristo o de Su Santo Espíritu permanecerá para siempre.  Y así como es eterna, entonces también es el fundamento de nuestra vida espiritual, pues a través de ella más el Santo Espíritu de Dios, nos dan la oportunidad de nacer de nuevo y presentarnos delante de Dios como criaturas limpias y aptas para participar de las herencias en el reino de los cielos.

Estimado hermano y amigo, si concluimos que nuestra vida física en conjunto con todas sus manifestaciones son temporales o de corta duración, entonces debemos tomar la decisión ahora mismo de arrepentirnos y recibir a Jesucristo como nuestro único y suficiente Salvador, pues hoy estamos vivos y mañana quizás ya estemos muertos y sin oportunidad de tomar una buena decisión.  Hagamos este ajuste hoy mismo en nuestras vidas, recordando que el alma y el espíritu son los que gozarán o sufrirán eternamente dependiendo de la decisión que tomemos hoy estando vivos físicamente.

Que Dios los bendiga grande y abundantemente.

Estimado amigo, si deseas hoy entregar tu vida a Jesucristo haz esta sencilla oración en voz alta: “Señor Jesús, reconozco que soy pecador y me acerco a ti arrepentido para que me perdones y me laves con tu sangre derramada en la cruz del calvario.  Yo te acepto hoy como el Señor y Salvador de mi vida y te pido que entres en mi corazón y me transformes, me purifiques y me santifiques, porque quiero ser el templo de tu Santo Espíritu.  A partir de hoy me comprometo a no practicar más el pecado, a leer tu Palabra, a meditar en ella y sobre todo a obedecerla, para que yo pueda estar en el reino de los cielos por una eternidad.  Amen”.  Y si estás en peligro de muerte y no estás en paz con Dios, puedes acudir a la misericordia de nuestro Señor Jesucristo, clamando a gran voz por salvación: “Y todo aquel que invocare el nombre del Señor, será salvo.” Hechos 2:21.

  

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