El Señor no retarda su promesa.

2 Pedro 3:8-9.

“Mas, oh amados, no ignoréis esto: que para con el Señor un día es como mil años, y mil años como un día. El Señor no retarda su promesa, según algunos la tienen por tardanza, sino que es paciente para con nosotros, no queriendo que ninguno perezca, sino que todos procedan al arrepentimiento.”

CONCLUSIONES.

Una vez entró el pecado en el huerto del Edén, los primeros hombres; es decir, Adán, Eva y su descendencia fueron expulsados del paraíso, hecho que parecía el fin de la humanidad, el fin de las más hermosa creación de Dios; sin embargo, Dios en su infinita sabiduría ya estaba diseñando un plan de redención para el hombre y fue así como envió a su Hijo Primogénito a morir en la cruz del calvario, para que con su sangre pudiera limpiar y redimir al hombre de su pecado; pues el pecado de desobediencia de Adán y Eva ya había contaminado toda la generación humana y esta había sido destituida de la presencia de Dios:  “Por cuanto todos pecaron, y están destituidos de la gloria de Dios”.  Romanos 3:23.

¿Entonces de qué se trataba la promesa de Dios para el hombre? “Con un poco de ira escondí mi rostro de ti por un momento; pero con misericordia eterna tendré compasión de ti, dijo Jehová tu Redentor”.  Isaías 54:8.  Dios no podía dejar que satanás echara a perder su creación y es por eso que le hizo una promesa a su pueblo de un Redentor y este Redentor fue su propio Hijo Jesucristo quien llevó en la cruz todos los pecados de la humanidad, tanto los que heredó de Adán, como los cometidos estando fuera del Edén y alejados de la presencia de Dios:  “Así también Cristo fue ofrecido una sola vez para llevar los pecados de muchos; y aparecerá por segunda vez, sin relación con el pecado, para salvar a los que le esperan”. Hebreos 9:28. 

Este Redentor ya vino hace más de dos mil años, y fue aquel quien bajó del cielo y se hizo hombre para estar en la condición de hombre y así ser sometido a los mismos sufrimientos, padecimientos y tentaciones, de tal forma que en la cruz pudo cargar con todos los pecados de la humanidad.

Luego de la promesa del Redentor, hay otra promesa, que es la segunda venida de nuestro Señor Jesucristo, quien vendrá ya no para ofrecer un sacrificio de carne y sangre por la humanidad, como el primero; sino para recoger el trigo, o sea a sus verdaderos hijos, los que se han guardado en obediencia y santidad esperando su segunda venida; allí en aquel gran acontecimiento, los que hayan muerto en Cristo resucitarán primero y luego todos los que aún estemos vivos, seremos arrebatados y nuestros cuerpos serán transformados en cuerpos gloriosos y allí en las nubes nos uniremos a nuestro Salvador y con Él partiremos juntos hacia los cielos: “Porque el Señor mismo con voz de mando, con voz de arcángel, y con trompeta de Dios, descenderá del cielo; y los muertos en Cristo resucitarán primero. Luego nosotros los que vivimos, los que hayamos quedado, seremos arrebatados juntamente con ellos en las nubes para recibir al Señor en el aire, y así estaremos siempre con el Señor”. 1 Tesalonicenses 4:16-17 

¿No les parece esto un gran acontecimiento?  Si la promesa del Redentor se cumplió al pie de la letra, la segunda promesa del rapto de la iglesia también se cumplirá sin falta alguna y los que se estén preparando en el conocimiento de la Palabra, en la obediencia y en la santidad, estos serán los candidatos para partir con el Señor.

¿Pero cuál es el problema?  Es que a muchos se les ha hecho “eterna” la espera, aunque Dios mismo nos advierte de este inconveniente: “El Señor no retarda su promesa, según algunos la tienen por tardanza”, y nos da varias razones por las que todavía seguimos esperando su venida; pues casi todo el pueblo cristiano esperaba la segunda venida de nuestro Señor Jesucristo, por allá a finales del año dos mil; sin embargo no se dio, pues Dios nunca habla en su Palabra de un tiempo exacto, pero si habla de las señales que habrá antes de este acontecimiento, las cuales ya se están cumpliendo desde hace varios años atrás:

1.  Los tiempos de Dios son diferentes a los nuestros, tiempo el cual está regido por el sol, la luna y las estrellas; pero en el reino de los cielos hay un mundo totalmente diferente, el cual es espiritual, donde mil años para nosotros es como un día para con Dios, por tanto, para Dios solo han pasado dos días desde el cumplimiento de la primea promesa del Redentor: “No ignoréis esto: que para con el Señor un día es como mil años, y mil años como un día”.  En síntesis, para nosotros han pasado muchos años, pero para Dios la venida de su Hijo fue hace varios días, por tanto, no tendría razón en apresurar su segunda venida.

2.  Dios quiere que todos se salven y cada día nos da una nueva oportunidad, según su grande misericordia: “Sino que es paciente para con nosotros, no queriendo que ninguno perezca, sino que todos procedan al arrepentimiento”.  El problema de la humanidad es que cada día va de mal en peor y entonces, aunque unos pocos se estén arrepintiendo y estén llegando a los pies de Jesucristo, muchos otros también se están abandonando al pecado y se están entregando a la voluntad de la carne y de las tinieblas.  Pero esto no los exime de culpabilidad, pues no habrá nadie que pueda decir delante de Dios que no tuvo tiempo ni oportunidades de arrepentirse y de andar por el camino de la justicia y lo bueno es que podrá ver un video donde se le mostrará cómo desperdició cada oportunidad que le dio Dios de convertirse de sus pecados.

Pero ánimo, si realmente eres un hijo de Dios y amas la segunda venida de Cristo, seguramente el Espíritu Santo de Dios te estará llenando con paciencia y de esta forma estarás firme esperando el desarrollo de los acontecimientos; pues hay que perseverar hasta el final porque el que retrocede no agrada a Dios: “Mas el que persevere hasta el fin, este será salvo”.  Mateo 24:13.

Que Dios los bendiga grande y abundantemente.

Estimado amigo, si deseas hoy entregar tu vida a Jesucristo haz esta sencilla oración en voz alta: “Señor Jesús, reconozco que soy pecador y me acerco a ti arrepentido para que me perdones y me laves con tu sangre derramada en la cruz del calvario.  Yo te acepto hoy como el Señor y Salvador de mi vida y te pido que entres en mi corazón y me transformes, me purifiques y me santifiques, porque quiero ser el templo de tu Santo Espíritu.  A partir de hoy me comprometo a no practicar más el pecado, a leer tu Palabra, a meditar en ella y sobre todo a obedecerla, para que yo pueda estar en el reino de los cielos por una eternidad.  Amen”.  Y si estás en peligro de muerte y no estás en paz con Dios, puedes acudir a la misericordia de nuestro Señor Jesucristo, clamando a gran voz por salvación: “Y todo aquel que invocare el nombre del Señor, será salvo.” Hechos 2:21.


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