Diferencias entre una creatura y un hijo de Dios.


Todo el mundo cree ser hijo de Dios, pero a la verdad todos somos creados por Dios con estatus de creatura y no con estatus de hijo; y para ser hijos es necesario cumplir con ciertos requisitos.

Texto: Juan 1:12.

Mas a todos los que le recibieron, a los que creen en su nombre, les dio potestad de ser hechos hijos de Dios; los cuales no son engendrados de sangre, ni de voluntad de carne, ni de voluntad de varón, sino de Dios”.

CONCLUSIONES.

Luego del nacimiento todos somos creaturas y para ser verdaderos hijos hay que cumplir con varios requisitos, los cuales solo se pueden ejecutar libre y voluntariamente; es decir, cuando la persona tiene la madurez y el conocimiento necesarios para dar este paso.

1.  Recibir a Jesucristo como nuestro Señor y Salvador.

Jesucristo fue constituido como único mediador entre Dios y los hombres y por tanto Él es el camino, la verdad y la vida: “Jesús le dijo: Yo soy el camino, y la verdad, y la vida; nadie viene al Padre, sino por mí”. Juan 14:6.

Y si creemos que nuestro futuro está en el reino de los cielos, entonces la única forma de ser verdaderos hijos y de llegar allí es recibiendo a Jesús y aceptándole como nuestro Señor y Salvador y por eso el texto dice: “Mas a todos los que le recibieron”.

2.  Creer en Jesucristo y en su obra redentora.

Para recibir a Jesucristo indudablemente tenemos que creer que Él es el Hijo de Dios y que también fue facultado por el Padre para que perdonara nuestros pecados y para que nos lavara con su sangre; y así de esta forma justificarnos delante del Padre y hacernos aptos para estar en su presencia; esto implica que, si alguien no puede estar en la presencia de Dios, es porque no tiene el estatus de hijo y que por lo tanto no pertenece al círculo familiar de Dios.

Fuera de recibirlo, también hay que creer en Jesús: “A los que creen en su nombre”. Para creer en Jesucristo se necesita una fe viva, una fe que esté acompañada por obras, pues decir que creemos en Jesucristo es muy fácil; pero entregarnos a Él, permitir que su Santo Espíritu entre a gobernar nuestros corazones y también confiar y esperar en Él, esto ya es otra cosa y para esto se necesita voluntad dispuesta.

Sabemos que un niño que no tiene conocimiento de su mundo exterior y que tampoco conoce los planes de salvación de Dios, le queda imposible creer en Jesucristo y recibirle como su Señor y Salvador y este mismo fundamento opera en contra del bautismo que la iglesia popular hace a los niños, pues estos solo se dan cuenta que les echaron agua fría en la cabeza y por eso lloran, pero de ninguna manera esta tradición los hace verdaderos hijos de Dios, porque aún les falta ejercer su voluntad frente a un conocimiento que tampoco tienen; aunque cabe resaltar que los niños a esa edad no se han contaminado con el mundo y por ende si mueren irán al reino de los cielos: “Pero Jesús dijo: Dejad a los niños venir a mí, y no se lo impidáis; porque de los tales es el reino de los cielos”. Mateo 19:14.

3.  Ser engendrados por Dios.

Luego de cumplidos los dos requisitos anteriores debe darse un resultado maravilloso, y es el de una nueva creatura no engendrada naturalmente entre un varón y una hembra, sino mediante el poder y la voluntad de Dios: “Los cuales no son engendrados de sangre, ni de voluntad de carne, ni de voluntad de varón, sino de Dios”. Esto significa que hay dos nacimientos, el físico, en el cual sale un bebé del vientre de su madre (nacido de padre y madre naturales) y el nacimiento espiritual del cual sale un verdadero hijo de Dios (nacido del Espíritu Santo y no visible físicamente).

Y este segundo nacimiento es totalmente indispensable para poder heredar el reino de los cielos: “Respondió Jesús y le dijo: De cierto, de cierto te digo, que el que no naciere de nuevo, no puede ver el reino de Dios”. Juan 3:3. Y esto es simplemente porque nuestro cuerpo físico no puede entrar al reino de los cielos, mayormente cuando está cargado de pecados; pero sí lo puede hacer nuestro cuerpo espiritual conformado por alma y espíritu y con la presencia del Espíritu Santo de Dios en nuestros corazones (aclaro que el corazón espiritual es un componente del alma): “Pero esto digo, hermanos: que la carne y la sangre no pueden heredar el reino de Dios, ni la corrupción hereda la incorrupción”.  1 Corintios 15:50.

Y si el corazón del hombre no está habitado por el Espíritu Santo, entonces está habitado por demonios o quizás legiones de demonios, quienes gobiernan el corazón del hombre y quienes también son los encargados de pervertir al hombre e incitarlo a practicar el pecado y a caminar en contravía de los mandatos de Dios: “Porque de muchos que tenían espíritus inmundos, salían estos dando grandes voces; y muchos paralíticos y cojos eran sanados”. Hechos 8:7.

Esto indica que quienes son verdaderos hijos de Dios, tienen al Espíritu Santo en su corazón y que el resto de la humanidad tiene su corazón ocupado por espíritus inmundos y demonios quienes gobiernan la mente del hombre y que por eso es que el mundo de hoy anda en un caos terrible, estando bajo maldición y pecado, porque son siervos del diablo y no de Dios.

EL RESULTADO.

Cumplidos estos requisitos entonces tenemos a un verdadero hijo de Dios: “Les dio potestad de ser hechos hijos de Dios”. Y estos verdaderos hijos han muerto al pecado, a las pasiones del mundo y a los deseos de la carne; por tanto, ya no pueden dar frutos de impiedad, sino frutos de justicia: “Sabiendo esto, que nuestro viejo hombre fue crucificado juntamente con él, para que el cuerpo del pecado sea destruido, a fin de que no sirvamos más al pecado”. Romanos 6:6.

Dados estos principios y los frutos que debe dar un verdadero hijo, entonces es imposible considerar a alguien como hijo de Dios si continua diciendo vulgaridades, si continua en la glotonería, si aún practica la avaricia, si continúa diciendo mentiras aunque sean piadosas, si continua ingiriendo bebidas alcohólicas, si continua participando de las festividades paganas como la navidad, si continua honrando imágenes e ídolos como el muñeco que colocan en un pesebre, si continua encomendado su vida a los santos de la iglesia popular, si continúa haciendo parrandas y bailando al son de la música del mundo, si convive con su pareja fuera de los vínculos del matrimonio, si fuera de su cónyuge maneja otra relación en oculto, si participa en negocios deshonestos o en rentas ilegales, si no ama al prójimo sino que busca cualquier oportunidad para aprovecharse de él y en general si continua alejado de Dios; pues si nos consideramos hijos de Dios, entonces debemos honrar a nuestro Padre buscando su presencia en todo tiempo.

Cuántos estarán en este momento disfrutando del sol en las playas o de las aguas de un río, charco, lago o piscina; cuantos estarán disfrutando de un buen almuerzo o una suculenta cena y tendrán en su mente que son verdaderos hijos de Dios. ¡Qué lástima que el hombre ande equivocado por causa de su falta de conocimiento!, pues si fueran verdaderos hijos, estarían mejor degustando la Palabra de Dios y deleitándose en la presencia de su Santo Espíritu; pues no en vano dice la Biblia que su pueblo fue destruido por falta de conocimiento: “Mi pueblo fue destruido, porque le faltó conocimiento. Por cuanto desechaste el conocimiento, yo te echaré del sacerdocio; y porque olvidaste la ley de tu Dios, también yo me olvidaré de tus hijos”. Oseas 4:6.

Hablo con los cristianos, y no es que algunas actividades de las aquí citadas sean absolutamente malas; sino que, al pasar a ser prioritarias para el hombre, entonces están desplazando a Dios quien es el que realmente merece toda la atención e importancia. Si estamos en otro sitio fuera de nuestra ciudad habitual, evitemos olvidarnos de Dios y continuemos con la oración y la lectura de la Biblia, así mismo busquemos una iglesia de sana doctrina donde congregarnos en los días que tenemos acostumbrados para ello. Y si usted no es cristiano, seguramente que no se acordará de Dios, aún en los tiempos donde no hay festividades y por lo tanto su situación delante de Dios es más crítica aún, pues estamos hablando de criaturas que ni siquiera han tenido un acercamiento con Dios, y a quienes les espera el lloro y el crujir de dientes por una eternidad.

Estimado hermano y amigo, en nuestro estado físico no es posible entrar al reino de los cielos, porque solo somos creaturas y no verdaderos hijos de Dios; por lo tanto, hay que cumplir con unos requisitos para ser transformados en verdaderos hijos, nacidos de su Santo Espíritu, en cuyo estado somos conocidos de Dios y más aún podemos conformar la familia de los hijos de Dios y disfrutar de todas las bendiciones y riquezas que ha dispuesto Dios para sus hijos.

Que Dios los bendiga grande y abundantemente.

Estimado amigo, si deseas hoy entregar tu vida a Jesucristo haz esta sencilla oración en voz alta: “Señor Jesús, reconozco que soy pecador y me acerco a ti arrepentido para que me perdones y me laves con tu sangre derramada en la cruz del calvario.  Yo te acepto hoy como el Señor y Salvador de mi vida y te pido que entres en mi corazón y me transformes, me purifiques y me santifiques, porque quiero ser el templo de tu Santo Espíritu.  A partir de hoy me comprometo a no practicar más el pecado, a leer tu Palabra, a meditar en ella y sobre todo a obedecerla, para que yo pueda estar en el reino de los cielos por una eternidad.  Amen”.  Y si estás en peligro de muerte y no estás en paz con Dios, puedes acudir a la misericordia de nuestro Señor Jesucristo, clamando a gran voz por salvación: “Y todo aquel que invocare el nombre del Señor, será salvo.” Hechos 2:21.

 

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