¿Eres un amigo o un desconocido para Dios?


Muchos creen en la existencia de Dios que es el creador absoluto de todo cuanto existe, otros van mucho más allá y le han conocido mediante el estudio de su Palabra; pero lo más importante de todo es que Dios nos conozca, porque de esta manera no seremos unos extraños cuando nos presentemos ante el juicio final.

Texto: Mateo 7:21-23.

No todo el que me dice: Señor, Señor, entrará en el reino de los cielos, sino el que hace la voluntad de mi Padre que está en los cielos. Muchos me dirán en aquel día: Señor, Señor, ¿no profetizamos en tu nombre, y en tu nombre echamos fuera demonios, y en tu nombre hicimos muchos milagros? Y entonces les declararé: Nunca os conocí; apartaos de mí, hacedores de maldad.

CONCLUSIONES.

Empezaremos esta reflexión con una gran pregunta: ¿Eres un amigo o un desconocido para Dios? Para que alguien nos conozca, sin duda alguna tenemos que entablar una relación cercana con él, pues no es posible que una personalidad pública se acuerde de alguien con quien ni siquiera ha cruzado un saludo y esto tampoco sería suficiente para que esa persona se acordara de nosotros. Por ejemplo, un famoso con miles de seguidores, ¿Cómo se puede acordar de al menos una persona de la gran multitud a la cual ni siquiera ha visto de cerca?

Sucede algo similar con Dios (con ciertas excepciones porque Él es nuestro creador), quien es un personaje de interés universal; sin embargo, para el caso del cristianismo Dios estableció una práctica mediante la cual seremos conocidos delante de Él y más aún llegaremos a tener la membresía del reino de los cielos y esta práctica consiste en obedecer a sus mandatos: “No todo el que me dice: Señor, Señor, entrará en el reino de los cielos, sino el que hace la voluntad de mi Padre que está en los cielos”. 

No seremos conocidos para Dios exclamando: ¡Señor, Señor!, ¡Dios te amo!, ¡Dios te necesito! o ¡Dios deseo hacer tu voluntad! Solo seremos conocidos haciendo la voluntad de nuestro Padre que está en los cielos, porque obedeciendo le estamos amando y si le amamos entonces Él nos conocerá: “Pero si alguno ama a Dios, es conocido por él”. 1 Corintios 8:3. No puedes ser conocido de Dios creyéndote buena persona, siendo devoto de algún santo de la iglesia popular, siendo seguidor de una religión, ni mucho menos asistiendo regularmente a una iglesia; tienes que leer la Biblia y obedecerla de los contrario seguirás siendo uno más del montón.

El factor determinante aquí es la obediencia y esta es la que identifica quien es nuestro padre: Si obedecemos a la Palabra, entonces nuestro padre es Jehová de los Ejércitos (quien nos acompaña permanentemente a través de su Espíritu Santo); pero si obedecemos al pecado, nuestro padre es el diablo, y al no pertenecer a las ovejas de Dios, entonces el título de propiedad de nuestras almas pasa a ser del diablo y no sería lógico pensar en que Dios gasta su tiempo conociendo los hijos ajenos: “Vosotros sois de vuestro padre el diablo, y los deseos de vuestro padre queréis hacer. Él ha sido homicida desde el principio, y no ha permanecido en la verdad, porque no hay verdad en él. Cuando habla mentira, de suyo habla; porque es mentiroso, y padre de mentira”. Juan 8:44.

Mediante la obediencia a Dios podemos ser sus conocidos, pero también podemos ser sus amigos: “Ya no os llamaré siervos, porque el siervo no sabe lo que hace su señor; pero os he llamado amigos, porque todas las cosas que oí de mi Padre, os las he dado a conocer”. Juan 15:15. Y más aún podemos llegar a ser hermanos de Jesucristo y participar de su herencia en los reinos celestiales: “Porque todo aquel que hace la voluntad de Dios, ese es mi hermano, y mi hermana, y mi madre”. Marcos 3:35.

Y si somos conocidos para Dios, indudablemente también somos merecedores de ese gran galardón de la vida eterna; pues no es posible que al cielo entren personas desconocidas, así como sucede en cualquier empresa del ámbito material. Hoy en día, para poder ingresar a las instalaciones de una empresa, las personas deben estar matriculadas en su base de datos y deben tener un rol específico en relación con la empresa, ya sea como empleado, como contratista, como proveedor de insumos y servicios, como proveedor tecnológico, como socio de capacitación y de conocimiento, etc.; pero un desconocido no puede ir entrando a una empresa porque seguramente no pasará de la primera puerta, máxime cuando hoy en día se comprueba la autenticidad de las personas mediante sus huellas dactilares o mediante el reconocimiento facial.

Y si hay tanto requisitos en las empresas seculares, cuánto más lo habrá para entrar al reino de los cielos; allí no hay validación de huellas ni reconocimiento facial, pero sí hay reconocimiento del sello del Espíritu Santo, que es el que reciben las personas cuando llegan arrepentidos a la presencia de Jesucristo y le reciben como su único Señor y Salvador; allí en este momento entra el Espíritu Santo de Dios a morar en sus corazones y también sella el corazón del creyente como una garantía de que es un verdadero hijo de Dios, y este estatus se mantendrá mientras siga perseverando en la obediencia a la Palabra de Dios:  “Y el que nos confirma con vosotros en Cristo, y el que nos ungió, es Dios, el cual también nos ha sellado, y nos ha dado las arras del Espíritu en nuestros corazones”. 2 Corintios 1:21-22.

Y es muy claro que los desobedientes no podrán entrar al reino de los cielos, primero porque son unos desconocidos y segundo porque están cargados de pecados y de inmundicias: “Mas los perros estarán fuera, y los hechiceros, los fornicarios, los homicidas, los idólatras, y todo aquel que ama y hace mentira”. Apocalipsis 22:15.

Y como el reino de Dios es justicia, podemos estar confiados en que allí no habrá juicios amañados, no habrá testigos falsos, no habrá jueces comprados, no habrá favores políticos, no habrá inclinaciones perversas y que allí solo habrá justicia, pues Dios no hace acepción de personas.  Allí podrán ver el video completo de sus vidas, sintiendo un profundo dolor por sus malas obras y también un gran gozo por su justicia, por lo cual no habrá forma de refutar el veredicto, y tampoco habrá necesidad de testigos.

Muchos me dirán en aquel día: Señor, Señor, ¿no profetizamos en tu nombre, y en tu nombre echamos fuera demonios, y en tu nombre hicimos muchos milagros?”. Según el texto anterior, habrá muchos servidores de Dios que no serán salvos, pues aunque le sirven a Dios y tienen los dones del Espíritu Santo como lenguas, interpretación, profecía, liberación, sanidades, milagros, palabra de ciencia y sabiduría, entre otros; también le están sirviendo al pecado y por ende no son conocidos de Dios, o más bien Dios sí los conoció pero haciendo el mal y no el bien, pues si Dios creó cada una de las criaturas y puede estar al tanto de la vida de cada una de ellas, es imposible entonces decir que no las conoce, y es más exacto decir que no las vio haciendo el bien y por eso exclama Dios: “Y entonces les declararé: Nunca os conocí; apartaos de mí, hacedores de maldad”.

Esto indica que el que está haciendo el mal, es borrado del libro de la vida del cordero (si estaba inscrito) y que por ende ya no está en la lista de los redimidos y que si Dios lo buscara en la lista no lo encontraría y por consiguiente sería un completo desconocido, cuyo destino es el lago de fuego y azufre: “Y el que no se halló inscrito en el libro de la vida fue lanzado al lago de fuego”. Apocalipsis 20:15.

Allí en el juicio no se da valor a las acciones tanto buenas como malas con el fin de pesarlas en una balanza para ver cuáles fueron las más representativas y en base a eso fundamentar el veredicto; esto no funciona así, sencillamente el que se encuentre arrepentido y haciendo el bien cuando fuere llamado a juicio (sea mediante la muerte física o por el rapto de la iglesia), entonces tendrá la salvación, de resto no: “Mas el que persevere hasta el fin, este será salvo”. Mateo 24:13.

Estimado hermano y amigo, no es suficiente con que nosotros conozcamos a Dios y aunque conocerlo es necesario, es aún mejor que nosotros seamos conocidos por Él y que en el veredicto del juicio final Dios pueda exclamar que pertenecemos a su reino: “Entonces el Rey dirá a los de su derecha: Venid, benditos de mi Padre, heredad el reino preparado para vosotros desde la fundación del mundo”. Mateo 25:34.

Es mejor escuchar en el juicio que somos hijos benditos del Padre y heredar el reino preparado para sus verdaderos hijos y no escuchar que somos unos desconocidos, que somos hacedores de maldad y que por lo tanto nos tenemos que apartar de su presencia para ir al fuego eterno del infierno: “Entonces dirá también a los de la izquierda: Apartaos de mí, malditos, al fuego eterno preparado para el diablo y sus ángeles”. Mateo 25:41.

Que Dios los bendiga grande y abundantemente.

Estimado amigo, si deseas hoy entregar tu vida a Jesucristo haz esta sencilla oración en voz alta: “Señor Jesús, reconozco que soy pecador y me acerco a ti arrepentido para que me perdones y me laves con tu sangre derramada en la cruz del calvario.  Yo te acepto hoy como el Señor y Salvador de mi vida y te pido que entres en mi corazón y me transformes, me purifiques y me santifiques, porque quiero ser el templo de tu Santo Espíritu.  A partir de hoy me comprometo a no practicar más el pecado, a leer tu Palabra, a meditar en ella y sobre todo a obedecerla, para que yo pueda estar en el reino de los cielos por una eternidad.  Amen”.  Y si estás en peligro de muerte y no estás en paz con Dios, puedes acudir a la misericordia de nuestro Señor Jesucristo, clamando a gran voz por salvación: “Y todo aquel que invocare el nombre del Señor, será salvo.” Hechos 2:21.

  

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