¿En quién estás confiando tu vida?


El hombre no fue hecho para vivir solo y aún a los animales Dios les hizo compañía de su misma especie; esto significa que es más fácil sobrevivir como grupo y no como individuos, pues si una especie estuviera representada por un solo espécimen, además de que no tiene forma de procrear, cuando este muera se acabaría la especie. Y el hecho de vivir en sociedad hace que se creen vínculos de confianza, en muchos de los cuales reposa la vida de otros; un ejemplo de esto es cuando un suricato (que es un pequeño mamífero de África), estando de centinela alerta a sus compañeros de la cercanía de un depredador.

Texto: Jeremías 17:5-8.

Así ha dicho Jehová: Maldito el varón que confía en el hombre, y pone carne por su brazo, y su corazón se aparta de Jehová. Será como la retama en el desierto, y no verá cuando viene el bien, sino que morará en los sequedales en el desierto, en tierra despoblada y deshabitada. Bendito el varón que confía en Jehová, y cuya confianza es Jehová. Porque será como el árbol plantado junto a las aguas, que junto a la corriente echará sus raíces, y no verá cuando viene el calor, sino que su hoja estará verde; y en el año de sequía no se fatigará, ni dejará de dar fruto”.

CONCLUSIONES.

Necesitamos vivir en sociedad, pero como seres humanos, nuestra seguridad y nuestra prosperidad no debe depender de otros seres humanos, sino más bien de Dios; pues el hombre se enferma, se equivoca, miente, traiciona, es usurero, es ladrón, se empobrece de la noche a la mañana, no garantiza estabilidad y finalmente se muere, situaciones por las cuales no podemos confiar nuestro futuro en ellos como lo dice Dios: “Así ha dicho Jehová: Maldito el varón que confía en el hombre, y pone carne por su brazo, y su corazón se aparta de Jehová”.

Fuera de esto confiar en el hombre equivale a ignorar a Dios o desconfiar de Él y esto trae maldición a nuestras vidas. El hecho de colocar nuestra vida en manos del hombre y no de Dios, traerá las siguientes consecuencias: “Será como la retama en el desierto, y no verá cuando viene el bien, sino que morará en los sequedales en el desierto, en tierra despoblada y deshabitada”.  Esto significa que su inestabilidad será tan grande que se compara a una pelusa o a una pluma que es arrastrada fácilmente por el viento y también significa que habrá sequedad y ruina en su vida, al compararlo con el que habita en terrenos secos, áridos y solitarios.

En cambio, confiar en Dios de por sí trae asociada una bendición infinita, debido a que Él tiene el poder, la estabilidad y los bienes suficientes para bendecirnos: “Bendito el varón que confía en Jehová, y cuya confianza es Jehová”.

El que confía en Dios es como árbol cuyas raíces están todo el tiempo recibiendo agua y nutrientes, pues nunca verá la sequía ni la escasez, sus hojas siempre permanecerán verdes y dará sus frutos a su tiempo, grandes y hermosos: “Porque será como el árbol plantado junto a las aguas, que junto a la corriente echará sus raíces, y no verá cuando viene el calor, sino que su hoja estará verde; y en el año de sequía no se fatigará, ni dejará de dar fruto”.

¿Y entonces porqué el hombre no confía en Dios sabiendo que nos promete tantas bendiciones? La primera razón es que el hombre desconoce a Dios; pues ha escuchado de Él, pero no se ha tomado la tarea de buscarlo en serio, de buscar su sabiduría y su conocimiento. La segunda razón es la incredulidad del hombre; pues este no cree que Dios realmente es el que sostiene al ser humano, el que le brinda su alimento a diario, el que le da provisión a través de su trabajo, el que lo hace fuerte para que resista las enfermedades, el que le da fuerzas para seguir trabajando, etc.

Es así como el hombre cree que por sus propias fuerzas es que ha logrado conseguir un empleo o que ha logrado comprar una casa o apartamento, cree que por sus propios méritos y por su apariencia logró conseguir un cónyuge y unos hijos, cree que por su perseverancia va a tener una pensión que lo respalde en su vejez; pero el hecho de pensar así es porque hay incredulidad en el corazón del hombre. Y como tercera razón, el hombre no quiere darle la gloria a Dios y por esa misma razón se cree autosuficiente hasta el punto de desechar a Dios porque cree que no lo necesita.

Pero la razón de mayor peso es que el hombre no confía en Dios y más bien lo tiene como una figura decorativa o como un amuleto, sobre todo en los templos de las religiones populares y por eso Dios me dijo anoche: “desconfían de nosotros”; refiriéndose con “nosotros” a las tres personas, Padre, Hijo y Espíritu Santo. Si el hombre confiara en Dios, se mantendría escudriñando su Palabra y mejor aún estaría obedeciéndola; desatando así todas las bendiciones que Dios tiene preparadas para el hombre; esta es la única forma de darse cuenta de que Dios sí es real y que también premia a los que le buscan de verdad.

En síntesis, los animales silvestres, las aves del cielo y los peces del mar necesitan estar en grupos para poder defenderse, para unir fuerzas y para poder hallar mejores oportunidades de alimentación; pero el hombre por ser de carácter espiritual, es decir, que tiene alma y espíritu a diferencia de los animales, no necesita acudir a otros hombres para garantizar su seguridad y supervivencia (aunque necesite de ellos para otras cosas más simples); pues para eso tiene un Dios que está dispuesto a cuidarlo y a bendecirlo, siempre y cuando quiera reconocerlo y quiera de corazón apoyarse en Él y esperar en Él.

El hombre seguramente argumentará que le tocó estudiar largos años para poder conseguir un empleo, que le toca trabajar duro para poder conseguir el sustento diario, que le tocó sudar para levantar y dar estudio a sus hijos, que le tocó asociarse a un plan de medicina prepagada para poder mantenerse a sí mismo y a su familia en óptimas condiciones de salud.

Pero hágase usted mismo estas preguntas: ¿Quién le dio el cerebro y la sabiduría para poder estudiar? ¿Quién le dio la gracia para concursar y ganar un puesto de trabajo en una empresa? ¿Quién le da la salud y el vigor para trabajar de sol a sol como les toca a algunos? ¿Quién formó los hijos en el vientre de su esposa? ¿Quién permitió que esos hijos nacieran saludables y vigorosos? ¿Quién permitió que esos hijos tuvieran salud y vida para que pudieran estudiar y desarrollarse? ¿Quién le dio los recursos suficientes para ponerlos a estudiar en una universidad? ¿Quién permitió que hubiera dinero o entidades financieras que lo respaldaran para comprar la casa o el apartamento que hoy tiene? ¿Quién le proveyó lo necesario para adquirir un medio de transporte? ¿Quién le da el apetito para que pueda disfrutar mínimo de las tres comidas diarias? ¿Quién le da el sueño para que pueda descansar y reparar su cuerpo durante la noche?

En síntesis, tenemos que reconocer que es Dios el que da la vida y la bendición y que, si Él no lo hubiera permitido, sencillamente habríamos nacido muertos, sin posibilidad de hacer más nada sobre esta tierra; así de sencillo es, tanto que Dios tiene potestad sobre la vida y sobre la muerte y podrá decirnos cualquier día: “Hasta aquí llegaste, este es el día hasta el cual te permito vivir” y aquí se acabaría todo.  Entonces el hecho de desconfiar de Dios obedece en gran manera al orgullo del hombre, que no quiere que nadie esté por encima de él gobernando su existencia.

Estimado hermano y amigo, es necesario reconocer que todo lo que recibimos en nuestra vida proviene de Dios y que, si estamos aún vivos y luchando, es porque Él lo ha permitido y por tal razón debemos confiar nuestra vida en las manos de Dios y esperar que el haga su bendita y santa voluntad sobre cada uno de nosotros: “Toda buena dádiva y todo don perfecto desciende de lo alto, del Padre de las luces, en el cual no hay mudanza, ni sombra de variación”. Santiago 1:17.

Y hay algo muy fundamental y es que, si confías tu vida al único que te puede salvar, que es Dios y su hijo Jesucristo, entonces un día estarás gozoso en el reino de los cielos; pero si confías tu vida en los hombres o en las cosas de este mundo (aunque digas creer en Dios), tu destino será el infierno porque nada de ello te podrá salvar del castigo eterno.

Que Dios los bendiga grande y abundantemente.

Estimado amigo, si deseas hoy entregar tu vida a Jesucristo haz esta sencilla oración en voz alta: “Señor Jesús, reconozco que soy pecador y me acerco a ti arrepentido para que me perdones y me laves con tu sangre derramada en la cruz del calvario.  Yo te acepto hoy como el Señor y Salvador de mi vida y te pido que entres en mi corazón y me transformes, me purifiques y me santifiques, porque quiero ser el templo de tu Santo Espíritu.  A partir de hoy me comprometo a no practicar más el pecado, a leer tu Palabra, a meditar en ella y sobre todo a obedecerla, para que yo pueda estar en el reino de los cielos por una eternidad.  Amen”.  Y si estás en peligro de muerte y no estás en paz con Dios, puedes acudir a la misericordia de nuestro Señor Jesucristo, clamando a gran voz por salvación: “Y todo aquel que invocare el nombre del Señor, será salvo.” Hechos 2:21.

 

  

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