Me llaman Dios, pero no me honran.
Texto: Oseas 11:7.
“Entre tanto, mi pueblo
está adherido a la rebelión contra mí; aunque me llaman el Altísimo, ninguno absolutamente me quiere
enaltecer”.
CONCLUSIONES.
Un
dios de entre los pueblos que se respete merece honra, gloria y alabanza; mucho
más el único y verdadero Dios, cuyo nombre es Jehová de los Ejércitos; sin
embargo, parece que reciben más honra los ídolos que el mismo Dios y uno de los
culpables de esto es el diablo que siempre ha tratado de desviar la atención
del hombre hacia los ídolos hechos de metal, de madera, de yeso o de piedra,
con el propósito de desacreditar a Dios.
Si
de verdad honráramos a Dios mediante nuestra obediencia, la humanidad no viviría
en el estado caótico en que se encuentra hoy; pues si nos convertimos de
nuestra rebelión y nos humillamos delante suyo, Él de la misma forma bendecirá
nuestras vidas, nuestras naciones y también nuestra tierra: “Si se humillare
mi pueblo, sobre el cual mi nombre es invocado, y oraren, y buscaren mi rostro,
y se convirtieren de sus malos caminos; entonces yo oiré desde los cielos, y
perdonaré sus pecados, y sanaré su tierra”. 2 Crónicas 7:14.
¿Pero,
cuál es la causa del problema? El hombre en forma descarada le roba la alabanza
a Dios y se la da a los demonios o a las cosas hechas por el mismo hombre, como
es el caso de los ídolos; de tal forma que el verdadero Dios se ve obligado a
suspender sus bendiciones sobre el hombre y sobre la tierra.
Y
muchos dicen que de verdad están honrando a Dios, pero solo lo hacen con su
boca diciendo: ¡Oh Dios: Te alabo, te bendigo y te glorifico! Y no lo hacen con
el corazón, ni lo demuestran con sus hechos: “Dice, pues, el Señor: Porque
este pueblo se acerca a mí con su boca, y con sus labios me honra, pero su
corazón está lejos de mí, y su temor de mí no es más que un mandamiento de
hombres que les ha sido enseñado”. Isaías 29:13.
La
mayor demostración de honra hacia Dios es la obediencia, tanto que ésta es el
fundamento del amor hacia el Altísimo; y ya que no lo vemos, no podemos
invitarlo a comer helado, ni mucho menos lo podemos invitar a una celebración
para darle un regalo y una torta; no podemos hacer tales cosas porque Él no
tiene un cuerpo físico como nosotros y por eso Él estableció una forma directa
de amarlo y de honrarlo, y esta consiste en obedecer a su Palabra: “El que
tiene mis mandamientos, y los guarda, ese es el que me ama; y el que me ama,
será amado por mi Padre, y yo le amaré, y me manifestaré a él”. Juan 14:21.
El
que obedece está amando a Dios y como respuesta recíproca, recibirá también
amor del Padre “será amado por mi Padre”; pero para obedecer es
necesario conocer sus mandamientos, lo que nos conlleva inevitablemente al estudio
de su Palabra y este es el gran vacío de la humanidad, pues prefieren llenarse
de literatura “barata”, de cuentos, de historias, de películas, de ciencia
ficción y hasta de chismes; que leer la Palabra de Dios que es vida eterna en
Cristo Jesús.
La
queja de Dios consiste básicamente en dos puntos:
1.
La rebelión continua del hombre.
Desde
el inicio de la vida sobre la tierra, el hombre ha caminado en compañía de un
gran pecado, el de la rebelión: “Entre tanto, mi pueblo está adherido a la
rebelión contra mí” y esta consiste en menospreciar a Dios y a sus mandatos;
y en su lugar, reemplazarlos por la voluntad de cada ser humano, por sus
preceptos y también por sus ideales.
2. La negativa del hombre a enaltecer a Dios.
El
hombre solo quiere honrar a Dios de labios, pero no quiere hacer lo que Él
manda: “Aunque me llaman el Altísimo, ninguno absolutamente me quiere
enaltecer”. Es como cuando el padre envía a su hijo a hacer algo y el hijo
le responde: “Si señor”; pero a la larga lo cogió la noche y no le hizo el
mandado a su padre, porque le pareció más interesante los jueguitos que tenía
instalados en su celular.
Así
mismo el hombre le hace fiesta a las cosas del mundo, a la familia, a las
mujeres, a la naturaleza, a las tinieblas (como el caso de Halloween) y también
al pecado; pero le parece aburrido o más bien una locura (hacer el oso como
dicen algunos), el hecho de cantar y alabar a Dios; y si aquí nos da vergüenza hacerlo,
entonces tampoco podremos entrar al cielo, donde inevitablemente tendremos que
participar de una alabanza casi continua.
Estimado
hermano y amigo, para honrar a Dios hay que empezar leyendo su Palabra y
meditando en ella, luego hay que pasar al plano de los hechos o a la obediencia
y por último humillar nuestro corazón delante de Él reconociendo que es el
único Dios y que nosotros somos la creación de sus manos; también debemos
reconocer todos sus atributos y alabarle, exaltarle, enaltecerle y adorarle de
corazón; así de esta forma Él recibe nuestra adoración y como retribución hace
descender bendición desde lo alto hacia cada una de nuestras vidas.
Pero
uno de los mayores problemas de la humanidad comienza desde la lectura de la
Biblia, pues no la quieren leer y algunos la tienen como un amuleto dentro de su casa; por tanto, les sucede como al muñeco de la imagen de arriba
que está mirando la biblia, pero sabemos que nunca podrá leer ni entender
absolutamente nada por tratarse de un ser inerte, que es muy parecido al género
humano de hoy que está muerto espiritualmente delante de Dios.
Muchos
intentan agradar a Dios mediante artificios humanos; por ejemplo, colocando una
biblia abierta en un atril en la sala de su casa, colocando música cristiana
mientras desarrollan los quehaceres del hogar, yendo los domingos a la iglesia
(aunque permanezcan mudos durante todo el servicio), perteneciendo a algunos
grupos de acción social o haciendo ciertos sacrificios en catedrales y sitios
destacados de peregrinación; ¿pero en dónde está la honra a Dios?
En
los tiempos modernos ya se pueden conseguir robots que le canten música
cristiana a Dios, el problema es que el robot no tiene alma, ni mucho menos
corazón que le pueda ofrecer a Dios en humillación; por lo tanto, los
instrumentos por sí solos no pueden agradar a Dios y tienen que estar
acompañados por las virtudes que solo pueden salir del alma del hombre, como lo
es la humildad, la mansedumbre y la entrega a Dios.
En
síntesis, el hombre está dispuesto a honrar a los demonios y al mismo hombre
más que a Dios y ¿Qué ha hecho Dios para merecer este desprecio de parte del
hombre? Dios solo nos ha querido bendecir, pero necesita que le cumplamos con
ciertas condiciones, las cuales el hombre no quiere negociar y mejor se hace
aliado de las tinieblas, porque allí la única condición es hacer el mal y eso
es lo que le gusta a la mayor parte de la humanidad.
Que
Dios los bendiga grande y abundantemente.
Estimado amigo, si deseas
hoy entregar tu vida a Jesucristo haz esta sencilla oración en voz alta: “Señor
Jesús, reconozco que soy pecador y me acerco a ti arrepentido para que me
perdones y me laves con tu sangre derramada en la cruz del calvario. Yo
te acepto hoy como el Señor y Salvador de mi vida y te pido que entres en mi
corazón y me transformes, me purifiques y me santifiques, porque quiero ser el
templo de tu Santo Espíritu. A partir de hoy me comprometo a no practicar
más el pecado, a leer tu Palabra, a meditar en ella y sobre todo a obedecerla,
para que yo pueda estar en el reino de los cielos por una eternidad. Amen”.
Y si estás en peligro de muerte y no estás en paz con Dios, puedes acudir a la
misericordia de nuestro Señor Jesucristo, clamando a gran voz por
salvación: “Y todo aquel que invocare el nombre del Señor, será salvo.”
Hechos 2:21.
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