Esto es el todo del hombre.

Cada hombre tiene diversas metas que se propone cumplir durante su vida aquí en la tierra, ¿Pero sabe el hombre qué es lo realmente importante y trascendental?

Texto: Eclesiastés 12:13.

El fin de todo el discurso oído es este: Teme a Dios, y guarda sus mandamientos; porque esto es el todo del hombre”.

CONCLUSIONES.

Nacer, crecer, multiplicarse y luego morir son metas del hombre como especie sobre la tierra; pero las metas como individuo que piensa y que razona pueden ser muy variadas, como las que se describen a continuación:  Cuando uno está en la niñez, entonces piensa en ir a una escuela y luego a un colegio de secundaria; cuando está en la juventud, entonces piensa en graduarse de bachiller y luego entrar a la universidad para graduarse en una carrera que le permita apalancar su proyecto de vida, que le permita tener independencia económica; y luego a partir de esta base conseguir otras cosas como un buen empleo o negocio, una casa, una finca, un vehículo, un cónyuge y posiblemente unos hijos los cuales comienzan otro ciclo aquí sobre la tierra; ¿Pero de esta serie de metas, habrá alguna que realmente haga parte de la voluntad de Dios?

La verdad es que nuestras metas difieren mucho de las de Dios, aún para muchos cristianos; pues el hombre común tiene metas materiales, pero las metas de Dios para el hombre son espirituales y eternas. Y el hecho de haber triunfado en todos los proyectos que hayamos emprendido no significa nada si perdemos el alma en el infierno, pues lo material no trasciende más allá de la muerte, en cambio lo espiritual sí; y de nada servirá que hayamos acumulado riquezas y que lleguemos como pobres al infierno a sufrir por una eternidad: “Porque ¿qué aprovechará al hombre, si ganare todo el mundo, y perdiere su alma? ¿O qué recompensa dará el hombre por su alma?”. Mateo 16:26.

¿Entonces qué es lo realmente importante?

Dice el texto “El fin de todo el discurso oído es este”, enfatizando que todo el libro de Eclesiastés está enfocado en hacer entender al hombre, que solo hay dos cosas de suma importancia que debe hacer sobre la tierra, de tal forma que cuando muera, no se de cuenta que perdió el tiempo.

Dios ha dispuesto de un camino para el hombre a través de su hijo Jesucristo, el cual descubrirá a medida que escudriñe la Palabra de Dios y que reciba sabiduría de lo alto; y este camino le resuelve su necesidad de vida eterna, pero también le permite alcanzar todas sus metas terrenales “porque esto es el todo del hombre”. Y eso es lo realmente importante, pues si el hombre entra por esta puerta, de inmediato resuelve su problema de vida eterna, y entonces Dios se encargará de resolverle todos sus problemas existenciales, como sus necesidades básicas y también sus metas; y esto nos lo describe Dios en dos pasos:

1.  Teme a Dios.

Esto no se trata de miedo, sino de un temor reverente que le permite al hombre reconocer la soberanía de Dios sobre su vida y también sobre toda cosa y creatura existente; y le permite reconocer que es una creatura y que Dios es su creador; y así mismo le permite humillarse delante de su presencia y ceder su voluntad y su corazón para que sea habitado por el Espíritu Santo y para que desde allí gobierne todo su ser completo.

Y si realmente hay temor de Dios en el corazón del hombre, entonces este temor lo llevará a arrepentirse y apartarse del pecado; he aquí la importancia del temor, sin el cual el hombre jamás se apartará del pecado, porque entonces seguiría amando más al pecado que a Dios, y por su mente jamás pasará la idea del castigo debido a la ausencia del temor a Dios.

Si cuando pensamos en el pecado, también pensamos en el castigo que este puede acarrear, entonces sí hay temor de Dios en nuestros corazones; por el contrario, si al pecar, el hombre se siente contento y satisfecho sin pensar en las consecuencias, entonces este no tiene el temor de Dios.

2.  Guarda sus mandamientos.

Este segundo punto es el fundamento del amor a Dios, y consiste en escudriñar las escrituras y ponerlas por obra: “El que tiene mis mandamientos, y los guarda, ese es el que me ama; y el que me ama, será amado por mi Padre, y yo le amaré, y me manifestaré a él”. Juan 14:21.

Por ejemplo, la biblia dice “No os embriaguéis con vino, en lo cual hay disolución; antes bien sed llenos del Espíritu” Efesios 5:18, entonces sí realmente el hombre ama a Dios, obedecerá y no volverá a tomar nada que contenga licor.

No es posible amar a Dios solo de labios, pues caeríamos en el mismo problema que tenía el pueblo de Israel que honraban a Dios con su boca, pero su corazón estaba con los ídolos de las naciones vecinas: “Este pueblo de labios me honra; Mas su corazón está lejos de mí”. Mateo 15:8.

Para el caso de la gente del común de hoy, ellos dicen amar a Dios, pero muchos se creen buenos y sin necesidad de arrepentimiento o sencillamente no quieren arrepentirse porque les agrada más el satisfacer su carne con las pasiones y los deseos del mundo que conllevan al pecado; por lo tanto, en ellos no hay obediencia.

Y si nosotros le cumplimos a Dios obedeciendo sus mandatos, entonces como primero tendremos asegurada la vida eterna en el reino de los cielos: “Y el mundo pasa, y sus deseos; pero el que hace la voluntad de Dios permanece para siempre”. 1 Juan 2:17. Y como segundo, Dios suplirá todas nuestras necesidades y nos ayudará también a cumplir todas nuestras metas terrenales: “Porque todas estas cosas buscan las gentes del mundo; pero vuestro Padre sabe que tenéis necesidad de estas cosas”. Lucas 12:30.

¿Y por qué Dios dice que “esto es el todo del hombre”?

Realmente usted necesita de las cosas materiales solo durante sus años de existencia sobre la tierra, de ahí en adelante no podrá cargar ni llevar cosa alguna y si no hace nada por ganar su vida eterna, entonces estaría perdiendo ese tiempo y esfuerzo que colocó en conseguir aquellas cosas.

En las competencias de las diferentes disciplinas hay un ganador, un segundo, un tercero y aún el último podría conformarse diciendo que tuvo el honor de participar y de representar a su tierra y que de paso hizo lo que más le gustaba; pero así no funciona para el reino de los cielos, pues allí todos tenemos que correr y llegar invictos a la meta, no necesariamente de primeros porque todos correrán en diferentes momentos y esa meta es el reino de los cielos. 

Y no nos podemos conformar solo con haber corrido una parte y habernos apartado de la carrera debido al cansancio, a la decepción o al decaimiento físico y mental; pues para triunfar se necesita valentía frente al pecado: “Desde los días de Juan el Bautista hasta ahora, el reino de los cielos sufre violencia, y los violentos lo arrebatan”. Mateo 11:12.

Estimado hermano y amigo, si pierdes esta carrera y terminas en el infierno, seguramente vas a llorar y a renegar, porque perdiste el tiempo buscando las vanaglorias de la vida y no dedicaste tiempo a lo más importante que es la salvación de tu alma; y si terminas en el cielo bienaventurado sois porque te arrepentiste a tiempo, pero posiblemente te darás cuenta de que muchos de los esfuerzos y arduos trabajos por conquistar las cosas del mundo no valieron la pena y que hubiera podido vivir mejor solo temiendo a Dios y obedeciendo a sus mandamientos; cosas que conforman el todo en la vida del hombre.

Que Dios los bendiga grande y abundantemente.

Estimado amigo, si deseas hoy entregar tu vida a Jesucristo haz esta sencilla oración en voz alta: “Señor Jesús, reconozco que soy pecador y me acerco a ti arrepentido para que me perdones y me laves con tu sangre derramada en la cruz del calvario.  Yo te acepto hoy como el Señor y Salvador de mi vida y te pido que entres en mi corazón y me transformes, me purifiques y me santifiques, porque quiero ser el templo de tu Santo Espíritu.  A partir de hoy me comprometo a no practicar más el pecado, a leer tu Palabra, a meditar en ella y sobre todo a obedecerla, para que yo pueda estar en el reino de los cielos por una eternidad.  Amen”.  Y si estás en peligro de muerte y no estás en paz con Dios, puedes acudir a la misericordia de nuestro Señor Jesucristo, clamando a gran voz por salvación: “Y todo aquel que invocare el nombre del Señor, será salvo.” Hechos 2:21. 

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