La gran diferencia entre creer y hacer.

¿Han escuchado el refrán popular que dice “mucho tilín y nada de paletas”? Bueno, hay muchos hombres que hablan y hablan de Dios y de su vida espiritual, pero sus obras (fruto de la obediencia a Dios) no se ven por ningún lado.

Texto: Mateo 7:21.

No todo el que me dice: Señor, Señor, entrará en el reino de los cielos, sino el que hace la voluntad de mi Padre que está en los cielos”.

CONCLUSIONES.

El reino de los cielos es un mundo que se encuentra más allá de la tierra y de nuestro sistema solar y se cree que está ubicado en alguna de las constelaciones; es un mundo muy diferente al nuestro, dado que allí operan otras leyes diferentes a las terrenales, cuyos sitios más representativos y que están revelados en la Palabra de Dios son el Trono de Dios, el Paraíso y la gran ciudad llamada la nueva Jerusalén, entre otros; pero que sin duda alguna estará lleno de muchas buenas sorpresas, para aquellos que logren alcanzarlo.

Es de anotar que allá operan unas virtudes de las cuales disfrutaremos eternamente, que manan directamente de la presencia de Dios y que los verdaderos cristianos disfrutan desde su conversión estando aún en la tierra, dado que tienen una comunión íntima con Dios y con su santo Espíritu y, por lo tanto, pueden disfrutar de gozo, amor y paz entre otros; es decir, que los verdaderos convertidos ya están viviendo en parte en el reino de los cielos.

Es de anotar que allí ya no habrá enfermedad, ni tristeza, ni dolor, ni hambre, ni arduo trabajo, ni injusticia, ni pecado, ni necesidad; problemas que solo están reservados para los habitantes de la tierra: “Enjugará Dios toda lágrima de los ojos de ellos; y ya no habrá muerte, ni habrá más llanto, ni clamor, ni dolor; porque las primeras cosas pasaron”. Apocalipsis 21:4.

Luego de un vistazo general de lo que es el reino de los cielos, entonces tenemos que definir qué tipo de personas son las que entrarán en ese lugar luego de su muerte física y nos encontramos varios textos bíblicos que nos ayudarán en esta tarea, siendo uno de los más importantes el que habla del nuevo nacimiento, sin el cual nadie podrá ver a Dios: “Respondió Jesús y le dijo: De cierto, de cierto te digo, que el que no naciere de nuevo, no puede ver el reino de Dios”. Juan 3:3.

Nacer de nuevo significa morir al viejo hombre lleno de vicios y pecados, y resucitar ya limpio mediante el poder de Dios, de la misma forma como Jesucristo fue resucitado de entre los muertos; esta maravilla de la transformación es el resultado del bautismo en el Espíritu, pues allí somos sepultados junto con Jesucristo y luego resucitados a una vida nueva mediante el poder del Padre: “Porque somos sepultados juntamente con él para muerte por el bautismo, a fin de que como Cristo resucitó de los muertos por la gloria del Padre, así también nosotros andemos en vida nueva”. Romanos 6:4.

Es tan importante el bautismo en el Espíritu, tanto que el siguiente texto lo menciona como uno de los dos requisitos para ser salvo: “El que creyere y fuere bautizado, será salvo; mas el que no creyere, será condenado”.  Marcos 16:16.

¿Cuántas personas en el mundo están conscientes de este prerrequisito para morar en el cielo?

La mayoría del mundo no sabe esto, primero porque muchos creen que no necesitan de Dios para su vida presente ni futura, entonces nunca se han acercado a Dios; y como segundo las personas que pertenecen a alguna religión saben que existe la biblia del cristianismo, pero no la leen y se han conformado solo con creer en Dios o en sus dioses (para sectas y religiones no cristianas) y esperar que por su misericordia o beneplácito, sean aceptados sucios de pecado en el cielo, lo que jamás ocurrirá dado que el Dios único y verdadero es santo y los que entran al cielo también tienen que ser santos: “Sino, como aquel que os llamó es santo, sed también vosotros santos en toda vuestra manera de vivir; porque escrito está: Sed santos, porque yo soy santo”. 1 Pedro 1:15-16.

Entonces surge una pregunta: ¿Pero si todos somos pecadores, entonces cómo llegaremos a ser santos?

Para esto tenemos que entender los dos tipos de pecado: Los involuntarios, que generalmente obedecen a reacciones instintivas que no pasan por nuestro razonamiento y los voluntarios que tienen mucha relación con los vicios y lo que solemos hacer con frecuencia, aunque sabemos que está mal.

El que ha nacido de nuevo no practica el pecado (1 Juan 3:9); es decir, no sigue cometiendo los mismos pecados voluntarios porque ya tiene el conocimiento y no desea desagradar a Dios y en cuanto a los involuntarios, cada que nos demos cuenta de que caímos en alguno de ellos, podemos acudir en oración a Jesucristo pidiéndole que nos lave nuevamente con su sangre y así todos los días estaremos limpios y santificados: “Todo aquel que es nacido de Dios, no practica el pecado, porque la simiente de Dios permanece en él; y no puede pecar, porque es nacido de Dios”. 1 Juan 3:9. Por ejemplo, ante un atraco, usted podría reaccionar diciendo que no tiene dinero, cuando realmente sí lo tiene, constituyéndose esto en un pecado involuntario.

Pero mantener esta santidad requiere de la obediencia, pues si la persona se vuelve perezosa en los asuntos de Dios y descuida su vida espiritual, finalmente pierde la presencia del Espíritu Santo en su corazón y como consecuencia vuelve a ser destituido de la comunión con Dios; y allí en su corazón donde habitaba Dios, ahora ya habitan demonios, los cuales lo van a incitar nuevamente a cometer todo tipo de pecado y de injusticia, llegando a tener una condición peor que la que tenía cuando no había conocido a Dios: “Entonces va, y toma otros siete espíritus peores que él; y entrados, moran allí; y el postrer estado de aquel hombre viene a ser peor que el primero”. Lucas 11:26.

En síntesis, si has nacido de nuevo, entonces por consiguiente no debes practicar el pecado; por ejemplo si usted se arrepintió de decir mentiras y las sigue utilizando para diferentes propósitos, entonces usted no se ha arrepentido de verdad y tampoco ha nacido de nuevo; por lo tanto, ese pecado que está practicando, ya no tiene perdón, ni puede ser limpiado por la sangre de Jesucristo, hasta que no lo haga de corazón: “Porque si pecáremos voluntariamente después de haber recibido el conocimiento de la verdad, ya no queda más sacrificio por los pecados, sino una horrenda expectación de juicio, y de hervor de fuego que ha de devorar a los adversarios”. Hebreos 10:2-27.

Hay un texto que nos ayuda muchísimo en esta tarea de encontrar ese gran vacío que existe entre los que profesan ser cristianos y los que realmente lo son, pues aquellos verdaderos hijos de Dios se deleitan obedeciendo a su Palabra y mediante esta obediencia alcanzan la JUSTIFICACIÓN: “Porque no son los oidores de la ley los justos ante Dios, sino los hacedores de la ley serán justificados”. Romanos 2:13.

¿Has visto de dónde proviene entonces la justificación? No es el hecho de creer en Dios lo que nos justifica, no es el hecho de esperar en su misericordia lo que nos justifica, no es el hecho de aceptar que somos pecadores el que nos justifica y aún más decir y confesar con nuestra boca que somos cristianos no es lo que nos justifica; y lo que realmente nos justifica es ese broche de oro que se llama la OBEDIENCIA o el hacer la voluntad de Dios escrita en su Palabra.

No es justo aquel que cree en Dios, que reconoce su situación pecaminosa y que recibe a Jesucristo como su señor y salvador, pero que sigue practicando el pecado; pues hasta aquí le falta el paso más importante que es la obediencia: “Porque todo aquel que hace la voluntad de mi Padre que está en los cielos, ese es mi hermano, y hermana, y madre”. Mateo 12:50.

Sin la obediencia no podemos ser partícipes de la familia de Dios y mucho menos ser herederos de todas las riquezas espirituales del reino de los cielos. Es cierto que la biblia habla de confesar y de tener fe para salvación como lo expresa el siguiente texto: “Que, si confesares con tu boca que Jesús es el Señor, y creyeres en tu corazón que Dios le levantó de los muertos, serás salvo”.  Romanos 10:9. Pero también habla de que la fe sin obras está muerta: “¿Mas quieres saber, hombre vano, que la fe sin obras es muerta?”. Santiago 2:20. ¿Y cuáles son esas obras? Pues el cumplimiento de los mandamientos se convierte en obras, mediante un ingrediente principal denominado la OBEDIENCIA, produciendo como resultado una FE VIVA, la cual sí opera para salvación.

Evidentemente hay pereza en la humanidad para leer la Palabra de Dios, porque saben de antemano que allí hay compromisos que debemos obedecer para poder apropiarnos de sus promesas: “Respondió Jesús y le dijo: El que me ama, mi palabra guardará; y mi Padre le amará, y vendremos a él, y haremos morada con él”.  Juan 14:23. En este texto se revela el secreto de la COMUNIÓN con Dios, consistente en que, el que obedezca a su Palabra, este será amado por Dios y como consecuencia vendrán las tres personas (Padre, Hijo y Espíritu) a morar en el corazón de la persona.

Estimado hermano y amigo, es muy fácil tener fe en Dios y esperar que seamos salvos mediante su misericordia; pero ¿en dónde está su conversión? ¿Ya se arrepintió y recibió a Jesucristo como salvador? ¿Ya murió al viejo hombre y nació de nuevo mediante el bautismo? ¿Sí está leyendo y obedeciendo la Palabra de Dios?

Si nada de esto ha ocurrido, entonces su vida espiritual es parecida a la de un loro, que habla y recita frases aprendidas, pero no se mueve de ese tronco donde lo pusieron y allí está esperando que la misericordia de su amo lo bendiga con varios alimentos al día; así es el cristiano tibio y frío, el cual está alardeando todos los días de la misericordia de Dios y de su situación pecaminosa y cree que sin hacer más nada, que entonces Dios en su infinito amor no lo dejará caer en el infierno.

Si usted sigue en desobediencia a la Palabra, entonces tampoco puede esperar que vaya a entrar en el reino de los cielos y sencillamente eres como cualquier otro hombre que no ha conocido de Dios y que le espera el llanto y crujir de dientes por una eternidad. Dios es muy claro al asegurar que hay muchos que ya se creen miembros del reino de Dios, pero que ni siquiera le obedecen; es más, ni siquiera leen su Palabra y si la leen, están buscando los contextos y los pretextos para no obedecerla: “No todo el que me dice: Señor, Señor, entrará en el reino de los cielos, sino el que hace la voluntad de mi Padre que está en los cielos”.

Si usted está pensando que con solo ir los domingos a la iglesia y abrir la biblia durante el sermón, que con eso va a ser salvo; o si cree que con solo pertenecer a una religión o denominación tiene la garantía de la salvación, está muy equivocado y es hora de que pase de los dichos a los hechos, es hora de que empiece a leer y a obedecer la Palabra de Dios, para ver si lo alcanza su misericordia.

Que Dios los bendiga grande y abundantemente.

Estimado amigo, si deseas hoy entregar tu vida a Jesucristo haz esta sencilla oración en voz alta: “Señor Jesús, reconozco que soy pecador y me acerco a ti arrepentido para que me perdones y me laves con tu sangre derramada en la cruz del calvario.  Yo te acepto hoy como el Señor y Salvador de mi vida y te pido que entres en mi corazón y me transformes, me purifiques y me santifiques, porque quiero ser el templo de tu Santo Espíritu.  A partir de hoy me comprometo a no practicar más el pecado, a leer tu Palabra, a meditar en ella y sobre todo a obedecerla, para que yo pueda estar en el reino de los cielos por una eternidad.  Amen”.  Y si estás en peligro de muerte y no estás en paz con Dios, puedes acudir a la misericordia de nuestro Señor Jesucristo, clamando a gran voz por salvación: “Y todo aquel que invocare el nombre del Señor, será salvo.” Hechos 2:21.

  

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