Secretos revelados para la prosperidad financiera.

Uno de los retos más importantes del hombre sobre la tierra es cómo prepararse y cómo afrontar la tarea de conseguir los recursos necesarios para satisfacer todas sus necesidades económicas y aún más para ahorrar, invertir y desarrollar sus proyectos, mientras esté viviendo sobre la tierra; esta tarea que no es nada fácil, no la podemos consultar en cualquier tipo de literatura y solamente Dios tiene los consejos necesarios para hacernos prósperos y felices.

Texto: 1 Crónicas 29:12.

Las riquezas y la gloria proceden de ti, y tú dominas sobre todo; en tu mano está la fuerza y el poder, y en tu mano el hacer grande y el dar poder a todos”.

CONCLUSIONES.

En este texto bíblico encontramos tres principios: 1. Que las riquezas proceden de Dios, 2. Que Dios domina sobre toda la creación y 3. Que solo en la mano de Dios está la fuerza y el poder para dar riquezas al hombre.

Las riquezas y la gloria solo tienen una procedencia, una fuente y esa es Dios, quien creó el universo y todo cuanto existe en él, incluyendo el oro, la plata y las piedras preciosas; y también los bienes creados por Dios a través del hombre como el papel moneda, los bancos, los fondos monetarios, las bolsas de valores, las fiducias, los activos fijos, los bienes muebles e inmuebles, etc.; y si a Dios le hicieran falta riquezas, Él las crearía de la nada con su mano poderosa.

Ahora sabemos que la fuente de todas las riquezas es Dios, pero entonces, ¿Qué debemos hacer para que esas riquezas lleguen hasta nosotros? Indudablemente, Dios es el que da el poder al hombre para construir riquezas y también para recibir aquellas que Dios ya tiene preparadas de antemano: “Sino acuérdate de Jehová tu Dios, porque él te da el poder para hacer las riquezas, a fin de confirmar su pacto que juró a tus padres, como en este día”. Deuteronomio 8:18.

Para obtener algo regalado seguramente tenemos que cumplir con unos requisitos y esto es lo que no le gusta al hombre, pues la mayoría espera recibir sin dar nada a cambio; pero para recibir las bendiciones de Dios, se necesita que el hombre llene algunos requisitos como los que se mencionan a continuación:

1.  Hay que trabajar con esmero y constancia.

No podemos esperar que las cosas lluevan del cielo y que solo haya que salir con un recipiente a recoger; aunque esto sí sucedió con el pueblo de Israel, quien recogía su alimento en la mañana para todo el día, lo cual fue una gran bendición milagrosa de los tiempos antiguos, que Dios sostuviera a millones de Israelitas durante cuarenta años en el desierto con pan enviado desde el cielo.

Pero ¿Cuál es la orden para nuestros días? Dios fue enfático en decir que el que no trabaje que tampoco coma, dejando por fuera a los perezosos que lo quieren todo regalado e incluso quieren que se les lleve el alimento hasta su cama: “Porque también cuando estábamos con vosotros, os ordenábamos esto: Si alguno no quiere trabajar, tampoco coma”. 2 Tesalonicenses 3:10.

2. Hay que honrar a Dios con lo recibido de sus manos.

Si Dios es el dueño de las riquezas y el que nos da el poder para hacerlas o recibirlas, entonces llegamos a un principio fundamental, que consiste en que todo es de Dios, incluyendo cada una de nuestras vidas: “Porque ¿quién soy yo, y quién es mi pueblo, para que pudiésemos ofrecer voluntariamente cosas semejantes? Pues todo es tuyo, y de lo recibido de tu mano te damos”. 2 Crónicas 29:14.

Y si todo es de Dios, como mínimo debemos nosotros pagarle unos intereses, o más bien retribuirle en parte por todo lo que recibimos; pues nadie invertirá en un negocio sino espera recibir unos dividendos, utilidades o ganancias; sin embargo, se trata de Dios cuyos negocios no tienen nada parecido a los negocios del mundo; pues Dios invierte sin esperar nada a cambio, pero el hombre de lo que recibe debe devolverle algo a Dios si quiere seguir recibiendo la bendición.

Y para que el hombre no se enrede pensando en qué es obligatorio y que no, entonces Dios lo dejó estipulado en su palabra, como lo son los diezmos, las ofrendas y las primicias. El diezmo, que significa devolver el diez por ciento de lo recibido, apareció antes de la ley en el tiempo de Abraham, también fue ratificado en el periodo de la ley mediante los mandamientos y luego en el periodo de la gracia fue confirmado por nuestro señor Jesucristo: “¡Ay de vosotros, escribas y fariseos, hipócritas! porque diezmáis la menta y el eneldo y el comino, y dejáis lo más importante de la ley: la justicia, la misericordia y la fe. Esto era necesario hacer, sin dejar de hacer aquello”. Mateo 23:23.

En el texto anterior se habla de que los fariseos diezmaban cosas aún tan pequeñas como el comino, mostrando con ello lo estrictos que eran en su cumplimiento; sin embargo, desechaban la justicia, la misericordia y la fe, y entonces Jesucristo les dice que deben hacer estas últimas cosas, pero sin dejar de diezmar. Y si por casualidad le asaltan las dudas, Jesucristo también aprobó la ley dada por los profetas, quienes a su vez ya habían ratificado el diezmo: “No penséis que he venido para abrogar la ley o los profetas; no he venido para abrogar, sino para cumplir”. Mateo 5:17.

En el caso de las ofrendas, estas ya son voluntarias, tanto el tiempo como el monto en que deba dar para el sostenimiento de la obra y las primicias hacen alusión a aquellas cosas que recibimos por primera vez; por ejemplo, la primera cosecha, el primer salario, la primera cría de ganado, etc.; los cuales deben también ser llevados al lugar de reunión para el sostenimiento de la obra.

En síntesis, honrar a Dios produce un efecto bumerang multiplicado, consistente en que lo que le damos a Dios, esto inmediatamente se devuelve como bendición multiplicada para nosotros.

Por lógica, esto no lo entienden las personas del común, pues para ellos es locura, para ellos es regalar parte de lo que con tanto esfuerzo han conseguido, para ellos es sostener de balde a unos líderes que supuestamente “no trabajan”; pero se necesita ser un verdadero cristiano para entender los negocios de Dios, se necesita tener al Espíritu Santo en el corazón, para entender que el diezmo encierra estas bendiciones: 1. Diezmando se invierte el 10% en los negocios de Dios, obteniendo de esta forma dividendos e intereses, 2. Dios bendice el 90% restante que queda en nuestro bolsillo, de tal forma que podemos comprar más con menos dinero, 3. El hombre evita estar fichado como “ladrón” en los libros de la vida del Cordero, y debemos recordar que ningún ladrón entrará al reino de los cielos y 4. Como promesa de Dios, él mismo reprenderá al devorador y podremos ver con gozo que las calamidades y los imprevistos desaparecen de nuestras finanzas.

3. Hay que hacer partícipe a nuestro prójimo de esas bendiciones.

Hay un principio consistente en que por muy necesitado que se sienta usted, siempre habrán personas a su alrededor que tienen mucho menos, abriéndole la oportunidad a usted de cumplir con el segundo gran mandamiento; pues si todos tuvieran en abundancia, no habría forma de “amar a nuestro prójimo como a nosotros mismos”, de tal forma que estas diferencias las puso Dios, para que el hombre no saque ninguna excusa cuando se trata de ayudar al prójimo: “El que hurtaba, no hurte más, sino trabaje, haciendo con sus manos lo que es bueno, para que tenga qué compartir con el que padece necesidad”. Efesios 4:28.

Se preguntará el hombre, ¿Y entonces a quién ayudo, dado que hay muchos “vivos” y perezosos? La Palabra también nos ayuda en esto y enfatiza que en nuestro “radar” deben estar primero los hermanos en la familia de la fe, pues allí también hay necesitados: “Así que, según tengamos oportunidad, hagamos bien a todos, y mayormente a los de la familia de la fe”. Gálatas 6:10.

Y lo bueno de esto, es que este mandato tiene promesas de Dios, sobre todo promesas de multiplicación; es decir, que usted no perderá absolutamente nada de lo que dé, sino que más bien recibirá mucho más, pues este texto habla de recipientes conteniendo la bendición que nos será devuelta, la cual fue apretada, sacudida y ajustada aún por encima del tope del recipiente: “Dad, y se os dará; medida buena, apretada, remecida y rebosando darán en vuestro regazo; porque con la misma medida con que medís, os volverán a medir”. Lucas 6:38.

4. Debemos recordar que nacimos desnudos y que tampoco nos llevaremos nada.

Cuando nacimos, lo único que medio poseíamos era el cordón umbilical porque era compartido con nuestra madre y este nos debió ser quitado y en esa misma hora recibimos un pañal, con un vestido y unas medias.  Y básicamente todo lo que recibimos durante nuestro crecimiento, fueron bendiciones que a su vez recibieron nuestros padres de Dios; pero hasta ahí nada es nuestro.

Luego en nuestra adultez, como producto de nuestro trabajo empezamos a recibir de Dios cosas aún más grandes y más costosas, las cuales hacen parte de las riquezas; pero al morir definitivamente nos tienen que enterrar y a lo sumo llevaremos un vestido puesto, pero al otro lado llegamos nuevamente sin nada, a no ser que la persona haya entregado su vida a Jesucristo y mediante el bautismo haya recibido la presencia del Espíritu Santo de Dios; es decir que llegará al otro lado de la mano del Espíritu Santo y con un cúmulo de sabiduría y conocimiento espiritual, adquiridos mediante el estudio y la obediencia a la palabra de Dios: “Como salió del vientre de su madre, desnudo, así vuelve, yéndose tal como vino; y nada tiene de su trabajo para llevar en su mano”. Eclesiastés 5:15.

Es decir, si nací sin nada y cuando muera toca dejarlo todo, entonces ¿Para qué nos llenamos de avaricia e intentamos acumular riquezas para dejárselas a otros? Por eso es más rentable poner a funcionar esas riquezas, cumpliendo los mandatos de Dios y haciendo partícipe de ellas a nuestro prójimo, por lo cual Dios se verá obligado a recompensarnos como parte de sus promesas. En síntesis, da mayor utilidad invertir en nuestro prójimo que invertir en un CDT; máxime cuando las utilidades que Dios nos da vienen acompañadas de gozo y de paz.

¿Entonces, qué debemos hacer para ser prosperados en todo?

El pensado de Dios es bendecirnos absolutamente en todo, pero respetando el libre albedrío del hombre de escoger un señor a quién servirle; desafortunadamente hoy la mayoría de la humanidad le sirve al diablo, expandiendo su gobierno mediante la práctica continua de la maldad, la injusticia y el pecado; por lo cual estos no podrán gozar de las riquezas provenientes de Dios: “Amado, yo deseo que tú seas prosperado en todas las cosas, y que tengas salud, así como prospera tu alma”. 3 Juan 1:2.

¿Y por qué la gente que no es cristiana amasa grandes cantidades de dinero?

No todos los negocios del mundo son honestos y justos, tampoco lo es todo el dinero que anda en las calles; solo que hay que diferenciar entre los hijos de Dios y los hijos del diablo, pues estos últimos también reciben bendiciones “corruptas” de su padre el diablo, como producto de actividades ilícitas, avaricia, despojos, robos y juegos de azar; pero cada vez comprometen más su alma con el infierno, fuera de que dichas riquezas no le traen paz ni sosiego a su vida, como sí lo hace la bendición de Dios: “La bendición de Jehová es la que enriquece, Y no añade tristeza con ella”. Proverbios 10:22.

¿Se debe gastar en la misma proporción en que recibimos?

De ninguna manera debemos gastar todo lo que recibimos, pues como si fuéramos empresarios, tenemos que hacer provisión para futuras inversiones e imprevistos, pues de esto no está libre absolutamente nadie; no más recuerden que el pueblo de Israel tuvo que ser llevado a Egipto, debido a los siete años de hambre que padeció la tierra en ese entonces y si no fuera por un hijo de Dios de nombre José hijo de Jacob, que fue llevado con anticipación a Egipto para que hiciera provisión de alimentos en esos siete años de abundancia, entonces el pueblo de Israel se hubiera visto abocado a la desaparición.

¿Y qué diremos de las deudas? El mandato de Dios es: “No debáis a nadie nada, sino el amaros unos a otros; porque el que ama al prójimo, ha cumplido la ley”. Romanos 13:8. Si crees necesitar algo es mejor que vayas ahorrando para que lo compres; sin embargo si eres un cristiano fiel, de seguro que Dios te dará los recursos necesarios para comprar todo lo que te falte y de esta forma no estarás contaminando tus finanzas con las deudas; pues si eres un cristiano de verdad, más bien prestarás a otros, en vez de pedir prestado: “Te abrirá Jehová su buen tesoro, el cielo, para enviar la lluvia a tu tierra en su tiempo, y para bendecir toda obra de tus manos. Y prestarás a muchas naciones, y tú no pedirás prestado”. Deuteronomio 28:12.

Tampoco se puede incurrir en otros problemas como los gastos desordenados y sin control, evitando también las compras excesivas, sin criterio y sin ninguna motivación real; es decir, que hay que evitar caer en la vanidad y la moda, pues hay personas que regalan y desechan todo lo bueno que tienen por comprar todo lo que está a la moda; y para alimentar su orgullo y vanidad, entonces están cambiando a cada rato los muebles y enseres de su hogar, así como todo lo relacionado con su manutención personal.

¿Y si llega la muerte y tenemos muchas cosas acumuladas?

Bueno, esto es parte de la herencia que debe disfrutar nuestra descendencia y si no la hay, entonces debemos comprender que como esas riquezas provienen de Dios y son de Dios, entonces Él mismo será el encargado de su destinación, por lo cual nosotros no tenemos por qué preocuparnos.

Ahora bien, si desea prosperidad financiera en su hogar, en su trabajo, en su empresa y en todo cuanto emprenda, debe comprender estos principios, guardarlos en su corazón y ponerlos por obra todos los días de su vida; y de esta forma no verá jamás la falta de ningún bien, ni la necesidad tocará a su puerta.

Que Dios los bendiga grande y abundantemente.

Estimado amigo, si deseas hoy entregar tu vida a Jesucristo haz esta sencilla oración en voz alta: “Señor Jesús, reconozco que soy pecador y me acerco a ti arrepentido para que me perdones y me laves con tu sangre derramada en la cruz del calvario.  Yo te acepto hoy como el Señor y Salvador de mi vida y te pido que entres en mi corazón y me transformes, me purifiques y me santifiques, porque quiero ser el templo de tu Santo Espíritu.  A partir de hoy me comprometo a no practicar más el pecado, a leer tu Palabra, a meditar en ella y sobre todo a obedecerla, para que yo pueda estar en el reino de los cielos por una eternidad.  Amen”.  Y si estás en peligro de muerte y no estás en paz con Dios, puedes acudir a la misericordia de nuestro Señor Jesucristo, clamando a gran voz por salvación: “Y todo aquel que invocare el nombre del Señor, será salvo.” Hechos 2:21. 

Comentarios

Publicar un comentario

Entradas populares de este blog

El sueño espiritual. Romanos 13:11-14

Un llamado al arrepentimiento. Hechos 17:30-31

En ningún otro hay salvación. Hechos 4:11-12